Hoy ya he cumplido con mi rutina en el gimnasio, o el gym
como le llaman mis compañeros, tendré que ir acostumbrándome para decirlo yo
también así, es más moderno. Desde que me jubilé, hace ya casi un año, no he
dejado de venir ni un día; me gusta, me sienta estupendamente. También es
verdad que lo llevo muy bien porque me he cuidado a lo largo de mi vida, no
como otros y otras que conozco. He andado mucho, las comidas lo justo para ir
tirando sin ningún exceso, los bares no los piso y tampoco tengo una cuadrilla
con la cual estaría obligado a hacerlo en ocasiones.
A veces echo un poco en falta tener a alguien para charlar
o para no ir solo al monte, pero no encuentro a nadie capaz de seguir mi ritmo.
Es lo que pasa cuando tú mantienes un orden vital y una disciplina, llegas a la
jubilación y estás como yo, casi perfecto; los demás, incapaces de
emularme, dicen que vaya yo solo, y eso
es lo que hago. Un día subí hasta el Pagasarri con dos vecinos, mucho más
jóvenes que yo por cierto, y se empeñaron en comer unos pinchos de tortilla y
unos vasos de txakolí. A quién se le ocurre, todo lo que has desgastado en la
ascensión lo vas a recuperar allí arriba; calorías absurdas. Decían que estaba
una mañana preciosa y había que aprovecharla; pues vaya forma de hacerlo, les
dije yo; no entiendo la relación entre clima y gula. Les dejé allí y me fui yo solo de vuelta; no
me van a fastidiar a mí si ellos quieren hacerlo. No hemos repetido, aunque
tampoco me lo han propuesto, pero yo así no voy; hay que ser metódico si
quieres estar bien y yo lo soy.
Antes de salir de casa para ir al gym me preparo
acorde al lugar que voy. He comprado cuatro juegos de sudadera y pantalón de
diferentes colores; de esta forma cambio todos los días. Vulgarmente hay quien
llama chándal a estas prendas, pero las mías son de marca, of course,
jamás voy de mercadillo. Bueno, y tres pares de deportivas bien llamativas de
las más caras; ciento cincuenta euros me costaron cada una pero no importa, ya
veo cómo se fijan en ellas los del gym. La ropa da estatus, hay quien no
lo ve o no le importa; a mi sí, y mucho. Si por dentro eres una máquina casi
perfecta, como es mi caso, debes cuidar mucho el exterior; lo que se ve es la
clave para tu reconocimiento social. Me observo todos los días en el espejo y
comparo con los otros que andan por ahí: mucho más calvos que yo, caras
arrugadas, gordos, ojeras… estoy seguro de que la envidia les carcome mientras
piensan: “Cómo se conserva Abdón” .
Y perfume siempre, a cualquier hora, dejando un rastro que
hace volverse incluso a las jovencitas; no en vano utilizo a diario fragancias
de Loewe o Dior. Para ocasiones “más especiales”, reservo la de Hermés, me
aporta una sensación de vitalidad acorde a mi forma de ser; y transmito mucho,
lo se. El don de gentes es innato en mi y les noto celosos por mi elocuencia,
lo veo a diario aunque finjo no enterarme, no está bien sobresalir tanto. Hay
que ser realista, tengo un aura que me acompaña allá a donde voy; soy así.
Llegando ya a mi casa he reconocido a un antiguo compañero
de clase al cual hacía años que no veía, fuimos juntos a Salesianos e hicimos
allí el bachillerato en régimen de internado. Su nombre, Antonio Jesús Ferrer, alias “comemocos”. Le
colgaban de seguido dos velas por los agujeros de la nariz, las cuales limpiaba hábilmente con un rápido juego de su
lengua de izquierda a derecha; en ocasiones lo repetía según el caudal que
fluyera por sus amplias fosas nasales.
Se apoyaba indolente en una marquesina revisando su móvil.
Vestía buenas prendas pero un poco hortera para mi gusto, chaqueta ajustada
beige con camisa de colores y un pantalón rojo de talle alto; no creo que son
años para vestir así. Me fijé bien, no había fluidos que corrieran hacia su
boca, así que me acerqué a saludarle con mi mejor sonrisa.
-¡Antonio Jesús! ¡Qué casualidad, hacía años que no coincidíamos!
¿Cómo te va? A mí ya me ves, en plena forma, vengo del gym, voy todos
los días. -Y me estiré un poco más para que pudiera comprobar mi estilizada
figura -.
Se me quedó mirando pero no decía nada. Entrecerró un poco
sus ojos como si llevara lentillas, o quizás solo era que estaba tratando de
recordar, pero únicamente manifestó:
-¡Ah! Muy bien, encantado.- Y siguió con su teléfono-.
Me quedé cortado, no sabía qué decirle; le hablaría de la
clase de Física en la que coincidimos ambos en la pizarra, y nos ganamos unas
collejas del cura por no ser capaces de completar el problema que solo unos
minutos antes nos había explicado. Eso le haría recordar.
- ¡“Tono”, mi amooor! ¡Ya he terminado! Acabo de reservar
el viaje a las Fidji; salimos el próximo lunes. ¿A que es fantástico? - Una
belleza morena, veintitantos años, pelo largo, vestido sin mangas ajustadísimo,
del que continuamente tiraba hacia abajo para no enseñar lo que se supone que
tapaba, se acercó y le dio un larguísimo beso de tornillo; además de los de
rosca dura.-
No sabía ni qué hacer ni qué decir, de hecho no sabía ni
si estaba. No me hacían ni caso, dudo que supieran que me encontraba allí, como
si me hubiera convertido en humo, me sentí desaparecer. “¿Tono?” sonaba
insistente en mis oídos, ¿Qué es “Tono”? Si tiene sesenta y seis años, no seas
ridícula. Pero yo me seguía volatilizando, nunca he sentido una sensación así,
inerme, acomplejado. De pronto me sentí pequeño y mayor, o por qué no decirlo,
viejo. El espectáculo que se ofrecía a mis ojos me abofeteó, como diciéndome:
“Gilipollas”. Pero ahí no acabó todo.
- Fíjate Marieta, ha venido este abuelete a saludarme
porque dice que estudiamos juntos. ¿Te lo puedes creer? No tengo ni idea de
quién es, yo creo que está un poco delicado. -el asqueroso de “Tono” bajó la
voz en ésta última frase - . Quizá alcohol o algo de demencia, vete a saber.
-¿En serio, “Tono”? ¿Este viejo te ha dicho eso? ¡Podría
ser tu padre! Ja,ja,ja,ja..
Y seguía mofándose la muy zorra, a la vez que me miraba de
arriba a abajo. Le enganchó a Antonio Jesús Ferrer por el hombro y se marcharon
riéndose los dos, ella bajando su vestido y el subiéndose bien arriba el
pantalón rojo.
- “Comemocos” ¡hijoputa! - Fué lo único que acerté a decir
muy bajito mientras les veía alejarse cogidos de la mano, saltando como dos
colegiales.
Autoría: Alberto Ereña
Es curioso como muchas veces nuestro yo interior descubre que nuestro yo exterior no coincide con lo que pensamos y creemos de nosotros mismos. Lo has reflejado bien, suponemos lo que los demás piensan de nosotros y sobre ello construimos nuestra imagen interior. Y hay veces que se derrumba en un segundo... El juez es juzgado por los demás.
ResponderEliminarJajajaja..... Que buena revisión de nuestros miedos Hoy voy a evitar los espejos, y porqué no decirlo, también evitaré pensar en Idoia,
ResponderEliminarPensar en Idoia duele.
Me encanta la bofetada al ego. Hasta me da ternurilla el personaje, mira lo que te digo.