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Alegría sin cuento

Hoy he visto a un hombre reír. De refilón, como escondido.

Yo he pasado a su lado con aire despistado, un poco avergonzada ante el espectáculo.

El hombre, he de decir en su favor, ha recuperado el agrio gesto con presteza. Lanzándome una mirada temerosa a modo de súplica, de perdón. Menos mal que se ha puesto a llover a jarros y el frío y desapacible ambiente ha disipado cualquier pensamiento de bienestar. La naturaleza acude a veces en ayuda cuando desfallecemos y nos abandona la nostalgia.

He vuelto a casa escandalizada. Me hubiera gustado seguirle, saber dónde vive.

Estamos obligados a denunciar esas prácticas, soy consciente de ello. Sobre todo si se realizan en público. Pero es el segundo que veo esta semana, y creo no está en mi naturaleza aún bien instalado el concepto de “chivata” o “correveidile”, tan extendido entre nuestra sociedad. A pesar de la recompensa (un suculento disgusto duradero) algo en mi interior se revuelve últimamente ante el sonido de una carcajada. Debe ser un vestigio antropológico hereditario, un gen que espero recesivo desatando lo peor, atado como está en mi pensamiento cualquier deriva risueña. Eso me inquieta ¿Quién me garantiza que al denunciarle, no deje entrever también mis propias debilidades?

Al entrar en casa, antes de colgar el abrigo, me recreo observando El grito de Munch. Alivia mucho notar que ante la tentación, el arte ha puesto a nuestra disposición el lógico antídoto, preservándonos del disparate. Me recreo en el dolor del gesto, en la figura fantasmal con aire de gárgola post moderna que desprende la pintura. Respiro.

Poco a poco la presión de la alegría, que inunda a veces estas incipientes mañanas primaverales, se va diluyendo.

Me duele caer en este estado anímico, en esta astenia jocosa que asoma inclemente como un brote psicótico, posándose sobre las comisuras de la boca. Elevándolas contra natura.

Este lunes, sin ir más lejos, me descubrí moviendo las caderas por el oscuro pasillo de la casa al compás del Réquiem de Mozart. La clase de Lúgubres Músicas anda algo oxidada, y noto como me alejo de los maestros en busca de ritmos poco edificantes. Una  risueña depresión, ahora lo sé, se va adueñando de mi cerebro.

De nada sirve leer las esquelas. Oír el noticiero fúnebre de las tardes, con sus encantadoras noticas sangrientas. Deshojar con fruición la margarita del amor perdido, que siempre llevo a mano; con los pétalos en número impar, no vaya a ser que me dé un disgusto el declamar el no como deseo.

Esta época del año, luminosa y caliente, no ayuda a mantener la calma. Y diluye el dolor, por más que me esfuerce en atesorarlo con avariciosa tristeza, en espera de esos maravillosos momentos en que al fin consigo, que todos mis pensamientos, se vuelvan negativos. Me ha costado mucho reunirlos para contrarrestar las alegrías que acechan inclementes en cualquier esquina, y observo preocupada como cada vez se muestran más proclives al olvido.

Preparando la comida un momento después, a traición, sonrío mientras corto una cebolla. Ahora sé que estoy irremediablemente perdida. Tendré que reunir a la familia para comunicarles mi decisión. Despedirme de ellos para evitar cualquier contagio (ganas me dan de dejar pósits por las estancias con chistes de Lepe). No se merecen ese trato. Siempre han estado dispuestos a entristecerme, y sería un mal pago por mi parte actuar así, ante tantos desvelos en formato calamitoso como me han suministrado a lo largo de la vida.

Creo que partiré hacia ese Arco Iris que ha dibujado la lluvia en el horizonte. Hacia ese lugar en que se recrean aquellos que ríen sin venir a cuento.

Perdiendo los papeles

Fuimos todos de papel. Por eso escribimos, para volver a casa.

En algún momento la letra mudó a imagen, el papel se endureció, cambiando la resma por pulgadas. A través de nuestras manos la muñeca se alejó del corazón, dejando que el latido de tinta se secara, convirtiéndolo en pictograma fácil. En la diáspora, se dispersaron veintisiete puntos cardinales, orientándose a variantes imposibles que se simultaneaban para decir lo mismo de siempre, sobre lo mismo anteriormente dicho. Rogando con gestos una traducción simultánea. La filosofía, con ayuda de Proust, aprovechó el confuso tumulto para vender esa semana dos coches, un lavavajillas y unas magdalenas ácimas sin gluten.

Algunos románticos se animaron con el tiempo, comprando objetos inútiles para conseguir datos en celulosa impresa. Se convirtieron en incunables los manuales de las planchas. Las instrucciones de una cafetera italiana se hicieron ese año los amos de Sotheby’s. Todo animaba en la confusión hacia la desmemoria.

Un político dimitió por culpa del Telepronter, al no poder volver atrás en el discurso.

Modificaron las estanterías sus volúmenes, acogiendo flamencas y  onomásticas palomas de porcelana.

Mi tía Emerilda enmarcó el prospecto del ibuprofeno, y el profesor dejó de registrarnos el pupitre los días de examen. Ya solo desconectaba la wifi.

Candela, mi perra, husmeaba a diario el felpudo olisqueando la ausencia de noticias. Los cristales nunca más quedaron limpios.

Nos perdimos porque fuimos todos de papel. Por eso escribimos, para volver a casa.

Mojar la pluma adquirió condición de insulto. Y se creó la profesión de esquilador de gansos, ante la necesidad de aliviar al animal de lo inservible.

En un museo de Milán duerme el sueño de los justos la última goma de borrar, con la arista mellada, justo al lado de la libreta pautada en la que falta una hoja. Herejía perpetrada por Micaello, que un rapto de locura, quiso advertir a su madre del horario de llegada y se fue la luz. Y claro….las prisas. El juez le exculpó cuando su madre, llorosa, reconoció no haber entendido el absurdo aviso.

- ¡Cuatro guantazos bien dados, Señoría!- ofreció la madre- ¡Y se le quita la tontería al niño de atentar contra el progreso! 

La cosa se fue poniendo cada vez más fea.

El pulgar alcanzó proporciones gigantescas y el índice y corazón se fundieron en uno, consolidando al enter como tecla magistral.

Un sobre sin cerrar sufrió prisión por atentar contra la lengua. Se le condenó a ser veinte años y un día pajarita de papel en la ventosa terraza de un ciudadano común y corriente. En su interior se encontró, deglutido, el último recibo de una Caja de Ahorros de Albacete. 12,50 de interés, que nadie pagó, como se supo después de las pesquisas, por defecto de forma.

José Luis se metió un cable por el culo provocando un apagón general. Alegó que se hizo un lio cuando el profesor lanzó un exabrupto “¡La única conexión que tengo con usted es cuando me limpio el culo con su examen! “. También el catedrático fue expedientado, por inculcar al alumno prácticas en desuso.

A Ernesto le tocaron en la lotería dos estampas de La Milagrosa y la Cartilla Blanca de un pelusa insumiso, concretamente del Regimiento de Alcantarilla. Declarado huido un 23 de Febrero de 1981. Nunca volvió a recogerla, ni a su casa tampoco. Cambió de nombre y se mudó a Ohio. Vegeta allí entre cartones de pizza. Un crack de la informática se dice de él. Su último logro ha sido un algoritmo para denegar automáticamente cualquier crédito hipotecario mediante la combinación de teclas CTRL+ALT+F5. Pesa ya más de 215 kilos.

Fuimos todos de papel. Por eso escribimos. Para dejar atrás el caos. Para volver a casa.

Autoría: Purificación Mínguez.

Helada Patria


Helada Patria, ni siquiera guardarás mis huesos
pero exiges con tesón mi sangre.
Persigues con ruegos sacrificios inmutables.
Acoges, gélida patria, solo sombras
danzando en el baile de un tiempo pretérito.
Solo mujer soy, patria ausente,
y tú, solo límite geográfico.
Mi renuncia hoy implora la libertad que nombra tu recuerdo.
Déjame ser de todos. De todas. Única.
Dejadme ser por fin mía, patria insomne que no duerme,
purgando las ideas celadas a escondidas.
Patria en mi memoria en ruinas, esclava he sido de tu nombre.
Perdí mis hijos por nombrarte.
Y los hijos de otras, ahora también se fueron,
mil veces espectros, negándote la ausencia.
Qué nuevo nombre he darte en este espacio que habito si lo ignoro
¿A dónde debo, remontar mi vida y la de otros,
para llegar a la esencia que marca tu horizonte?
¿Cuándo digo soy mujer, he de decir que soy Norte?
¿Acaso no está mi vientre al Sur de mi esqueleto?
Hoy pugna en mis ojos de este a oeste una mirada
hecha de deseos, ante otras patrias y otros afectos.
Digo que soy esencia y me desnudo sin patria
ante el pálido ondear de tu bandera
¿Es tú borde acerado?
¿Es ese verde costado que mira al mar lo que te hace jueza?
justiciera de quien perdió la brújula a fuerza de huir de la miseria.
Déjame ir patria que yo te nombraré como a un espectro.
No ha de ser de otra manera,
marcada como estoy a sangre y fuego

Autoría: Purificación Mínguez.

El broche final

 Estoy aquí sentado, imaginando que ya te cortaste el cabello y todo ha concluido, sin posibilidad de vuelta. Imagino tu rostro enmarcado por un flequillo, en equilibrio simétrico ante el portal de los ojos, y me da por pensar que tu mirada se eleva y me reconoce de nuevo.

O quizás hayas optado por dejar alguna guedeja suelta, allí donde el remolino de la frente guarda las borrascas del desencuentro. Y la veo caer en forma  de tornado, dibujando una espiral sobre tu cara. Entones casi puedo sentir como al retirarlo, reproduces de nuevo el gesto de llevarlo hasta la diminuta oreja, donde deposité mil palabras de amor. También enroscadas como tuercas, tan persistente fui al susurrártelas. Pero ahora descubro que no escuchabas y solo era un gesto mecánico, destinado a contentarme. Y mi voz se quedó fuera, dando vueltas por el laberinto. atrapada en la tupida trama  del mechón rebelde.

También es posible, porque en mi sueño todo es vano intento de recobrar tu imagen, que lo hayas liberado, desprendiéndote de ese broche que te compré aquella tarde de cine y novios.    

Y llamo a Marta para preguntarla. Y Marta comunica, o está fuera de cobertura. O no quiere contestar, porque sabe que soy yo de nuevo. Se resiste a oír mis lágrimas, iguales a las de ayer. Entonces, busco en la memoria aquellos teléfonos olvidados, y encuentro el de Luis. Y dudo. Luis puede que no lo sepa. Que aún no sepa de tu abandono. Y me viene a la boca un aroma amargo de excusa, mezclado con la vergüenza por preguntarle si ya te cortaste el cabello y todo ha concluido.   

Menudea el día con sus quehaceres, y vuelvo para la casa por el camino largo, ese que elegíamos para demorar la ausencia. Intentando encontrar la huella que  dejaste al pisar un charco, ese día que me pareció  más lento en mi esfuerzo por retenerte con la mirada, mientras apretabas el paso en la huida.

Recojo algunas hojas entreveradas, donde se distingue aún el eco del adiós dibujado en la nervuda estructura. O esta otra, en forma de corazón. Rota, resistiendo en su centro el verde esperanza sitiado por el otoño de las despedidas.

Y me  llego hasta La Alameda buscándote, y te veo, como en un espejismo,  entre esa bruma que forman las ansias.  Marcando el  breve paso de los que están aprendiendo a olvidar, dejando que otros, carguen con los recuerdos.

En mi loco y tórrido  trayecto late un  resto del calor residual, de una fiebre por devorar el paisaje común convertido en impar paso solitario, sin posibilidad de vuelta, y que me lleva por fin hasta la puerta de la casa, desierta de tus cosas; aunque no de ti, que aún revoloteas por la estancia.   

Suena el teléfono. Es Luis quien habla. Apenas reconozco el tono, tan olvidado, del amigo. Y me cuenta de ti, y pregunta si ya te cortaste el cabello, porque entonces todo estará concluido, y  algo en su voz tiembla, al recordar con nostalgia un broche, que él también te regaló, un día de cine y novios.

Autoría: Purificación Mínguez.

La clase magistral

 Nota de la autora


“Este texto contiene imágenes explicitas de ilusiones, gran carga de emociones, y un sinfín de realidades que pueden herir el ánimo, o elevarlo, dependiendo del estado emocional del lector. Se ruega a quien lo lea, tenga a bien protegerse ante sus inclemencias. La autora se reserva el derecho a confundir, extasiar y excitar los sentidos hasta extremos desconocidos, no haciéndose cargo de los efectos futuros, que por  su contenido, puedan cambiar el estado anímico del que se acerque a estas letras.”

La clase magistral

Las luces se encendieron puntualmente. La hasta ahora desierta sala se fue llenando de alumnos variopintos. Algo desmadejados, debido al madrugón que suponía la clase de Don Barrunto Suspenso, el Catedrático Sideral de La Universidad Jones Co en Indiana (EEUU). Perito también en Lunas, dato importante, como luego explicaremos. Una especie de agrónomo espacial de altos vuelos que no acostumbra  prodigarse en charlas.

Se acercó hasta el estrado Dº Barrunto con ese aire despistado, no exento de cierta concentración intelectual, con la que suelen hacer entrada los genios. Generando el  inquieto silencio que provocan más de cien personas intentando, sin éxito, que sillas folios y plumas no interfieran en la seriedad del momento.

Dº Barrunto, ajeno a esos esfuerzos, intentaba a su vez hacer memoria de donde podría haber dejado las gafas de ocho dioptrías, mientras que otra neurona de su cerebro se esforzaba en recordar, el lugar donde se encontraba y cuál era el motivo.

La pantalla con gráficos introducía detrás del escenario una tenue luz verde, imprimiendo en el rostro del profesor, una macilenta y espectral pose, como de ser llegado de otro mundo. Asunto no exento de cierta veracidad. Aunque los alumnos desconocían ese dato, y quién más, quién menos, lo achacaba a la mala salud por los muchos estudios y poca aporte de vitamina D, característica habitual entre sabios científicos de postín.

Tomó Don Barrunto la  palabra en cuanto el murmullo cesó, agradeciendo a los asistentes su presencia mientras daba un sorbo del jarrón minimalista colocado en la peana, y que acogía un cactus, emblema de la Universidad.

Distinguido Claustro. Colegas. Alumnos y alumnas de esta universidad. Hoy estamos aquí para explicar cómo se crea un mundo. Esta clase magistral servirá como nota para todos los asistentes que cursan el postgrado de Perito en Lunas y a los que deseo desde ahora un buen aprovechamiento

En esta materia, tan novedosa pero no menos importante, al finalizar mi charla habrá un turno de preguntas. Hasta entonces ruego a los asistentes que vayan tomando notas. El tema, como ustedes saben, es extenso. Su articulado está en esta ponencia repartido en fases, cada una de las cuales guarda relación con la anterior, de tal modo, que el obviar alguna de ellas desbarata el conjunto.  Por ello les insto a que estén atentos  a mis palabras y dejemos para el final los “flecos “y dudas, que esta materia en concreto, despierte en ustedes.

Crear un mundo es fácil, si uno sabe cómo. Todos somos, en esencia, reyes de la creación. Hoy, a través de este esquema sobre el que tratará mi charla, descubriremos como alcanzar el éxito en esta empresa.

Básicamente se basa en una propuesta científica de cinco pasos.

Primero

Para crear un mundo hay que destruir otro. Se ha refutado científicamente en este último año, a través de algoritmos matemáticos, que no nos cabe un mundo más en el cuerpo. Certeza que aporta como conclusión que solo destruyendo uno se puede generar otro. Esto está basado en la antigua ley del “Quítate tú pá ponerme yo “de la que les hice participes, en su enunciado, en anteriores encuentros.

Segundo

El mundo a destruir ha de ser aquél que contenga todas las características contrarias al de nueva creación, evitando así, contagios o restos ideológicos y prácticos que se filtren en nuestro esquema, mermando la eficacia del invento. En este punto es importante el componente llamado olvido, compuesto a su vez de:

Grado 1 En cuanto a desmemoria.

Grado 2 En lo que atañe a desequilibrar su entendimiento. Renombrándolo y atribuyéndole fallos que no poseía y  destilando entre los adeptos en su día, cierta decepción y abulia por conservarlo.

Tercero

Crear un entramado, a modo de red, para difundirlo. Ningún mundo interior procura el éxito. Este punto marca el ecuador, y pivota a modo de bisagra sobre todo el desarrollo del proyecto. Como un cajón desastre (así escrito, todo junto) en él se volcarán las nuevas hechuras del magma, toda la sopa cósmica que eclosionará, dando lugar a ese nuevo universo que regirá otras vidas futuras.

Cuarto

Nombrarlo. No existen mundos sin identidad. Desconfiad de las normas que dictan que  todo está hecho, que todo está dicho. Mezclar eslóganes, distorsionar ideas, generar etiquetas en que el anverso y el reverso del mensaje se solapen sin solución de continuidad. El desconcierto alcanzará un ritmo, no lo dudéis, que resurgirá en forma de Nuevos Tiempos, antesala de La Creación, que es a su vez soporte de toda la estructura de cualquier mundo, como bien sabéis.

Quinto

No hay quinto malo. Si habéis llegado hasta aquí, solo queda protegerlo. Otros Creadores, en justa lid, se postularán para obstruir el intento. Debo, en este punto, hacer hincapié en lo proceloso que puede volverse este apartado. A esas alturas, el cansancio (recordad aquel mundo en que el Creador al séptimo día descansó)  intentará hacer mella en vuestro espíritu. Se descolgarán del proyecto figuras, bien porque se ensimismen en su propia complacencia, optando por la introspección paralizante, ó bien, porque recurran al socorrido ojo por ojo, prometan hermosas huríes (dejando atónitas al numeroso componente femenino, poco dado a valorar tamaña recompensa)  o simplemente se nieguen al cambio, olisqueándose el corta y pega eterno.

Finalizaré esta clase instándolos a considerar estos puntos como un primario esquema mental, dejando a su imaginación desarrollarlos en la medida que las circunstancias se lo permitan

 Para finalizar esta clase, recordarles la bibliografía que me he permito recopilar y en donde, a través de una lectura pormenorizada, podrán ustedes encontrar  más claves que les ayuden en este nuevo logro.

Son ustedes aprendices. Peritos en Lunas futuros. Creadores de mundos. Nada más puedo aportar.  Les dejo con El Maestro.

Criatura hubo que vino

desde la sementera de la nada,

y vino más de una

bajo el designio de una estrella airada.

En una turbulenta y mala luna

cayó una pincelada

de ensangrentado pie sobre mi herida,

cayó un planeta de azafrán en celo,

cayó una nube roja enfurecida,

cayó un mar malherido, cayó un cielo

                                   Miguel Hernández (Perito en lunas)

 

Bibliografía :

Asaltar los cielos

Tercer tomo de la trilogía Yo sí que pude

Autor: Dº Colirio Convento Fresco

Editorial Latraca

 

 “Borrón y cuenta nueva. Biografía de una estirpe”

 Autor: Dº Canuto Prendido

 Editorial  Filospan

 

 Dentro de otro mundo, el mundo

Autor: Dº  Matrusko Gorrinobeitia

Editorial Lokatis

 

El votar se va a acabar

Autor: Dº Lanudo  Cerrojal

Editorial: Soldecara

 

No les votes que llevan chanclas

Autor: Dº Pijote Caramelote

Editorial Memudo


Alas de cera


Yo debí volar, pero quedó pendiente.

De cera son las alas de mi vida.

Expuesta como Ícaro a un sol ardiente.

Las velas en el  vuelo derretidas.

Ante el aire de la vida, creí crecer,

arriesgué en loco empeño.

Soñando  que surcaba los espacios,

solo aré el polvo de los tiempos.

Sumisa y dócil me acerqué al suelo.

Debí ser tormenta ciega ¡Oh loco anhelo!

Pero evite sufrir y en mi desidia,

trunqué este viaje en su dulce tormento.

Ilusa prometiéndome una cura.

Creyendo que no fuese locura

castrar mi vuelo y parecer más cuerda.


Autoría: Purificación Mínguez.

Estudio Escarlata (Entrevista)

 

La cita era en el Old Wind, el único alojamiento en la ciudad que no tenía nombre de cadena hostelera.

El día, diáfano y tórrido no animaba al paseo. Preferí acudir a la entrevista en taxi. Quería comenzar por todo lo alto, tal y como el personaje merecía.

Varios mensajes-advertí al coger el móvil- parpadeaban con urgencia. Todos de Juan.

“Lucía, pasaré a recoger mis cosas esta tarde.

Desearía no coincidir contigo.

Espero no te moleste.

Envíame un mensaje con la hora que mejor te convenga”

Ya no tenía lágrimas. Recogí temblando de ira mis apuntes con las preguntas preparadas. Hoy tendría que hacer más especial aún la jornada. Solamente eso me salvaría del torbellino que empezaba a formarse en mi cabeza.

El lugar elegido para el encuentro, impregnado de historia, era coqueto y con cierta estructura colonial. En la entrada esperaba el equipo técnico, introduciendo en la escena de tintes virreinales un contraste imprevisto. Esperaba que tanto cúmulo de trastos no interfirieran en el ánimo de mi entrevistada, mujer que yo imaginaba de mundo, gracias a las referencias que me habían llegado a través de un amplio dosier.

Me adentré por el pasillo hasta el salón corrido de gigantescos ventanales, que retrataban un idílico paisaje. Las ciudades -pensé- tienen estos pequeños tesoros guardados en su interior. Aspiré el perfume del magnífico jardín mientras avanzaba al encuentro.

Ella estaba sentada en el único diván orientado al sur, poniendo una fuerte nota de color sobre la blanca y acristalada galería. Hojeaba lánguidamente lo que me pareció el último ejemplar del Vanity Fair, con cierto mohín de desdén dibujado en la boca. Las largas pestañas, en forma de espeso abanico, sombreaban el rostro. Yo estaba advertida del efecto que su mirada provocaba, pero aún así el impacto fue brutal cuando levantó la mirada. 

— ¿Scarlett O’Hara?

La pregunta flotó en el aire, cargándolo de sin sentidos.

— Sí-contestó con aterciopelada voz- Una burlona sonrisa acompañó el gesto de cabeza, girándose en ambas direcciones. Buscando, con cierta irónica intriga, otra imaginaria Scarlett en la desierta sala.

— Empezamos mal-pensé-

—Soy Lucía Puntadora, del  Magazine El Eco Rumoroso. Siento el retaso.

— Encantada  ¡Pero no se disculpe querida! -dijo con marcado acento sureño-

—Me he permitido mientras la esperaba pedir unas bebidas- continuó- Hoy el día parece un poco asfixiante

— Estupendo – Acerté a decir, mientras colocaba en el filo de mesa mis enseres de escritura.

 

El camarero llegó, depositando en la mesa una jarra blanca, que parecía inmaculada; excepto por el pequeño desconchado que mostraba en el asa.

Scarlett tocó la mácula con sus pequeños dedos, y en su mirada creí intuir algo de nostalgia mientras vertía la helada limonada sobre los vasos nacarados.

—Ya estamos listas querida- dijo- Podemos comenzar cuando desee.

 Lucía

 — ¿Qué cree que aporta el retrato de una mujer como usted a la literatura?

 Scarlett

 — No quisiera ser desconsiderada, querida, pero creo haber dejado claro a lo largo de la novela, por cierto suficientemente extensa, todos los avatares de mi vida. Me resulta muy pesado volver una y otra vez sobre lo obvio. Es agotador.

 Cuarenta folios de preguntas se desprendieron de sus alfileres, dejándome totalmente fuera de juego.

 Lucía

 — Entiendo que este harta- medié- pero nuestras lectoras están deseosas de conocer como su personaje ha conseguido sobrevivir a tantos cambios desde que fue creado.

 Scarlett

 —Le propongo entonces comenzar de nuevo, querida Tejedora…..

 Lucía

 —Puntadora – acoté-

 Scarlett

 —Si, apunte….apunte.

  ¡Vamos allá!- pensé resignada- comenzaremos de nuevo.

 Lucía

  —Diré como introducción que es usted uno de los referentes literarios más famosos de la literatura del siglo pasado. Si lo desea, puede explicar  más detenidamente a nuestras lectoras como la historia recorre, a través de su personaje, toda una época. Después podríamos entrar en cuanto ha variado en el transcurrir del tiempo.

 Scarlett

 —Los personajes fuertes, como lo es el mío, apenas suelen variar. Varían las circunstancias, qué duda cabe, los escenarios, los usos, modos y costumbres; pero mantienen siempre el mismo “tempo”, el mismo pulso vital y eterno. Mucho más, me atrevo a añadir, si el personaje es femenino y está perfilado con un carácter tan definido como el mío.

 Lucía

 —Se atribuye usted entonces cierta fama de mito.

 Scarlett

 — Como no, querida Contadora

 Lucía

 — Puntadora -rectifiqué de nuevo- Aunque puede usted llamarme Lucía de ahora en adelante. Será más fácil.

 Suena a ruego -pensé- ¡Siempre suena a ruego!

 Scarlett

 —Discúlpame Lucía. También tú puedes tutearme. Si lo prefieres continuaré -prosiguió ajena a mis cuitas-. Dibujaré algunos pequeños retazos de mi historia, con idea de poner en contexto a quien no la haya leído, como fue mi vida durante esa etapa.

 Lucía

 —Me parece un buen inicio. Será muy interesante para mis lectoras.

 Scarlett

 —Fui escrita para retratar una época, como bien has dicho. Con todos los estereotipos girando a mí alrededor, supe esquivar con esas mismas armas, mi destino. Pero mi creadora esperaba más de mí, y me impuso duras cargas.

Me hizo soberbia y desobediente ante el futuro que me esperaba, que no era otro que el  mostrarnos a todas las mujeres en un escaparate, no dudes hermoso en su trampa, pero también repugnante. Te recordaré que se nos presentaba en sociedad como ganado de buena estirpe, lustrado y cebado para casarnos, y así perpetuar, una clase social que ya apuntaba al declive.

Conocí los celos, el desamor, la viudedad temprana que aísla a la mujer y la relega al olvido. Conocí también el afecto y la fidelidad de aquellos a los que me enseñaron a despreciar por el color de la piel, la piedad y amistad desinteresada de mi rival, por la que aún lloro la pérdida. Vi arder la ciudad que amaba mientras huía de la cólera y el odio entre hermanos.

Sufrí el hambre, que me arrancó una promesa eterna, de sobra conocida. Maté a un hombre despreciable, enterrándolo  para salvar a los míos de la destrucción. Despojé de futuro a mi propia hermana para seguir avanzando en la supervivencia, en ese punto ya tan egoísta, que aún hoy me pregunto si era yo misma, o solo un sordo terror ante la pobreza y la de mi estirpe me llevo a cometer tamaña injusticia.

Me uní a un hombre miserable y cínico, aun sabiendo que traicionaba a los suyos solo por enriquecerse; dejando atrás los únicos valores que me habían trasmitido, que no eran otros más que el del honor y la valentía. Sufrí de su mano la violación en el lecho conyugal, que tuve que aceptar porque ninguna ley lo condenaba. Concebí una hija, que también me arrebató el destino, con la ayuda del capricho de mi esposo.

Mi carácter, una vez más, jugó otra mala partida enamorándome, como en un síndrome de Estocolmo, de mi propio verdugo.

Solo la huida a mis orígenes me devolvió la paz durante un tiempo. El ser femenino tiende a la tierra, a la raíz, principio y fin de su esencia. Y yo no iba a ser menos en mi eterno regreso a casa. A Tara.

 A esas alturas, los ojos de Scarlett habían alcanzado dos grados más en un Pantone esmeralda imaginario. Poco quedaba por  preguntar sobre el pasado.

 Transcurrió la siguiente hora hablando de cosas triviales. Modas, corrientes culturales, políticas y sociales se pasearon por nuestra conversación. Descubrí una mujer valerosa, culta, preocupada por el devenir del tiempo.

La tarde se agotaba y nos despedimos. Yo con cierta tristeza. Ella con la nostalgia por volver a aquel lugar vedado para mí, donde  procura ocultar toda mujer sus heridas. Caí en la cuenta que yo no tenía un refugio. Sin duda – me prometí- buscarlo sería mi siguiente paso.

Al retroceder por la galería, noté que el clima se había transformado durante ese tiempo de charla. Un sabor emboscado de polvo y hojas tardías se posaba en mi mente y en mi boca, como un sortilegio mal consumado.

Ya en el exterior, al alcanzar la esquina del edificio, una violenta corriente de aire hizo volar mis folios. Inundando el cielo de la ciudad, quizás en un vano intento por difundir un mensaje de esperanza para todas las mujeres de este mundo.

Cuando cesé de reír ante la broma que la naturaleza, una vez más, gastaba a mi entrevistada, busqué mi móvil y envié a Juan mi respuesta

 “Sinceramente querido, me importa un bledo”

Autoría: Purificación Mínguez.

El gesto en la orilla


Estoy mirando el paisaje templado del mediodía,

tú a mi lado silencioso. La luz es pura.

Y hay un momento vital y generoso

en el gesto de acercarnos a esta orilla.

Nada sobra y nada falta en este instante.

No hay urgencia en el mensaje escrito.

No hay dolor porque el teléfono no suene,

ni vértigo ante el tumulto entre la gente,

ni prisa en elegir ningún vestido.

Alejados del discurso miserable

que fiero ataca al que está desnudo.

Solo tú y yo frente al tibio paisaje.

Yo en mis cosas que adolecen de importancia,

tú en las tuyas que no crees imprescindibles.

Y al fondo el día transcurriendo generoso

en la tregua hasta hacernos invisibles.


Autoría: Purificación Mínguez.

El muñeco de nieve

A través de la ventana todo parece teñido de un inocente manto inmaculado. El clima ha decidido, quizás envalentonado ante el silencio de las calles, igualar el paisaje que contemplo, convirtiéndolo en una página en blanco. Los tejados, desdibujados, se juntan como buscando abrigo, uniendo los edificios, que parecen acortar las distancias. Solo una franja de arena delimitando el contorno del mar se resiste, poniendo una pálida nota ocre a la escena.

El silencio pesa. Todo asemeja desacompasado en esta estampa de navidad tardía, a deshora. Tan difícil es encontrar el ritmo, que hasta los pájaros han cesado de cantar a la vida, preservando el aliento para mejor ocasión.

Sobre mi escritorio reposa una libreta, también inmaculada. Con su vientre pautado de surcos, esperando la simiente de algún ajado diccionario. Las letras, bajo cero, se convirtieron hace días en carámbanos. Y la tinta, que impulsaba el mercurial azul, yace congelada, incapaz de llegar al punto de ebullición con el que solía, a borbotones, reflejar mis historias.

Afuera, mi vecino cava en su jardín una trinchera. Quizás sueñe también con algún regreso. Otro repasa el techo del coche una y otra vez, invocando el viaje postergado.

Pasa una ambulancia por el fantasmal paisaje, replicando el miedo sobre el tímpano con su cruel sonido. A lo lejos, en las afueras, donde se orilla la vida, la máquina del hospital devuelve una línea nívea e impoluta a través del monitor. La bata blanca se estremece por dentro, allí donde el cuerpo se cobija herido por  la fatiga y el dolor.

Solo la lágrima de un niño devuelve tras un cristal, confundida entre mil gotas que se asemejan a ella, una transparente calidez. Recordándome como el ser humano puede aún contagiar calor. Aunque solo sea a través de la tristeza de un niño, al que han prohibido levantar, una año más, su muñeco de nieve.

Autoría: Purificación Mínguez.

Sombra

 

Acompaño a tu sombra hasta la esquina.

Hasta el recodo en el que tu figura,

expuesta ante el diurno abrazo, se presta.

Acompaño a tu sombra en el tañer del mediodía,

alargando el silencio hacia el ocaso.

Y me expando con ella y me alzo

estilizando mi amor acompasado.

Sé que esta sombra solo es un pequeño esbozo en negro y blanco,

pero a mi me basta para seguir tus pasos.

Solo carne eres ya en mi memoria,

huesos, piel y rojo fruto, ahora desdibujado,

en el efímero y neutro contorno de tu forma.

Negándome a palpar la realidad que fuiste

saboreo hoy el molde tibio que te evoca;

persiguiendo los objetos que absorbes y delineas.

En este duelo incruento, a cielo abierto,

que es ya solo velo gris, vencido por el paso de las horas,

mi sombra se confunde con tu sombra.

Duplicando la batalla, ignorando generosa,

cuán enemiga fue

mi historia de tu historia.

En la hoguera del olvido muere el día,

dejando tu color del color de las cenizas.

Solo sombra mellada por la esquina

que hoy separa, tu calle, de la mía.

Autoría: Purificación Mínguez.

Vidas perras

 

Sebas se sorprendió mirando a Roque. Hacia unos días que no se percataba conscientemente de su presencia 

 -Me estoy volviendo un poco dejado para esto de los afectos – se dijo para sí-

Roque estaba en ese momento acostado en su cubículo, hecho una bola. A Sebas le pareció que su amigo yacía sucio y descuidado. Atrás quedaba la actividad frenética que les tuvo durante unos meses pendientes al uno del otro, ofreciéndoles una salida, una coartada ante la dura reclusión. Durante ese tiempo, la esquina de la calle, desde donde se divisaba el parque prohibido, había sido para ellos lugar y momento de escape y de juegos. Ahora todo parecía diferente. Con el paso del tiempo Roque se empezaba a dibujar a ojos de Sebas como desanimado, ausente ante las caricias. Asomaba- notó al observar el fardo inane- entre las formas de ese cuerpo, algo más delgado que de costumbre, una afilada y cortante distancia, como si se hubiese rendido ante la adversidad. La para él absurda adversidad, que parecía empapar los días igualándolos en el tedio.

Tropezó, al acercarse, con la pelota desinflada, el hueso de resina con la marca de alguna dentellada antigua. Se demoró en colocar los objetos cuidadosamente a la vista. Quizás Roque, al reconocerlos, se animara a retomar la perdida actividad. Se dio cuenta, al echar una mirada de reojo a las provisiones, que este apenas había tomado bocado alguno desde el día anterior, quizás un poco por su culpa. Al volver de la compra, y saludarse, se habían entrelazado los pasos de ambos y en el trastabilleo varias bolsas habían caído, derramando su contenido por todo el pasillo, con la consiguiente bronca. Aunque Roque no fuera en esos momentos consciente del desastre, al llegar la noche tuvieron que tirar de sobras, algo que – pensó Sebas- ocurría cada vez más a menudo.

Debería - pensó-  volver a animarle a relacionarse con más especímenes de su especie, aunque no fueran de su raza ni de su inteligencia o envergadura. Con el tiempo había comprendido que eso a Roque le tenía sin cuidado. Más de una vez le había pillado olisqueando alguna hembra fuera de su alcance. Sebas sabía que en esos momentos era más necesario que nunca y se esforzaba con todo tipo de subterfugios para  encontrar el modo de entablar relación y procurar, aunque solo fuera, un ligero desahogo en la aburrida vida de Roque.

Transcurría la mañana y a pesar de los gestos que Sebas inventaba para animar a Roque, este  parecía cada vez más  apático, sin ganas de arrancar hacia el paseo obligado de cada día, alargando el paso cansado y con cierta humedad en los ojos, como disculpándose por la tardanza.

- Tendré que hacerme a la idea- se dijo para si- Roque  se está haciendo mayor y tengo que empezar a plantearme seriamente que va a necesitar cada vez más mis cuidados-

Se hizo una promesa interior. Desde hoy intentaría no cansarle obligándole a paseos interminables y moderar un poco el paso para que no le anduviera a la zaga jadeando. Si. Había llegado el momento de devolverle un poco del amor que él siempre le había demostrado.

Ese día cogieron el coche, algo poco usual, pero Sebas sabía que a Roque le gustaba más el parque de las afueras, ese que tenía los arboles tan frondosos y el suelo siempre mullido por la hojarasca.

Cuando llegaron al destino, pasando por calles que a Sebas le parecieron nuevas, por estar olvidadas, después de tanto tiempo circunvalando el barrio debido al confinamiento, dos personas se acercaron. Sebas se puso contento, por fin Roque había hecho nuevos amigos.

- Todo volverá a ser igual – pensó-   

Roque se agachó y se acercó hasta su cara, mientras le acariciaba entre las orejas, como a él le gustaba, susurrándole unas breves y rotas palabras cargadas de pesar.

-Volveré a por ti Sebas, necesito tiempo -

Sebas le vio alejarse, camino al vehículo aparcado en la entrada de la perrera municipal. Le envió  una despedida, un ruego en forma de ladrido. El ruido del vehículo al arrancar rompió la magia de un día hasta entonces especial

-         Qué vida tan perra – se dijo Sebas  – mientras veía alejarse al amigo.

Autoría: Purificación Mínguez.

La incierta belleza

Un cálido rayo de luz, a modo de resplandor, se posó sobre la cama de Rafael esa mañana de febrero, reclamándole el día. Quizás fuera una poco tarde, pero a Rafael eso no le ocasionaba remordimiento alguno. Recibió con agrado la suave lluvia del aseo matutino, en el que un termostato de última generación ponderaba el calor corporal. Se frotó con deleite el esqueleto, por otra parte perfecto, gracias a una genética pesada y medida durante generaciones. La suave música cesó cuando abandonó el ofertorio, una vez acicalado. El traje, sobre el gabán, exhibía la etiqueta de algún sastre inglés. Una camisa de hilo blanco, inmaculada, yacía a su lado en el diván, como si un hombre invisible la hubiera abandonado hacia unos escasos segundos. El café le esperaba, previamente digerido por una civeta. Amargo y con unos toques de canela. Comenzaba el día. 

El móvil vibró unos segundos, depositando un mensaje escrito - Cariño, el test es positivo, estoy embarazada

Rafael sonrió. Por fin conseguiría convencer a Elvira de la necesidad de comenzar una vida en común. 

Al salir de la finca, a través del espejo retrovisor del impoluto DB5, vio como los aspersores, iniciaban el riego sobre la huerta de cultivo ecológico, limítrofe a la piscina de proporciones olímpicas, que se entreveía entre la hilera de naranjos. Un aroma de azahar penetró hasta el interior del Aston Martín mientras Rafael dejaba atrás sus dominios. 

El recorrido hasta el museo transcurrió a ritmo de Bach. Una sucesión de semáforos en verde le depositó suavemente en el parking del Museo, donde entregó las llaves a Margarito Theotokópoulos, el encargado de abrillantarlo convenientemente. No cruzó palabra con el operario. Tenía por costumbre no entablar conversación con quien no hubiera sido convenientemente presentado. 

Atravesó las salas. Las pinturas de los grandes maestros parecían saludarle al paso, como soldados rindiendo armas a su general en jefe. 

En el sótano, el contraste le hirió levemente en los ojos, al ver la amalgama de pinturas, tapices, grabados y demás obras pendientes de restauración que yacían amontonadas. 

No le gustaba ese paisaje de abandono, aunque lo sabía necesario. 

Ana Zhang, la restauradora, se acercó para enseñarle el fruto del último viaje de hacía apenas cinco días. Un jarrón de la dinastía Ming, que reposaba virginal en un pedestal de mármol. 

Rafael miró a Ana, sopesando echar una matutina cana al aire. Sabía que los escarceos con la Srta. Zhang tenían los días contados, aunque pensaba demorar la ruptura, habida cuenta de los meses en barbecho que intuía en su horizonte sexual. 

Una vez saciado los instintos, degustó un almuerzo casi perfecto, si no fuera por el café con el que lo remató. Un extraño brebaje, posiblemente cagado por un gato callejero. 

No hay día sin mácula- se dijo para sí-. 

Ya de vuelta a la casa, al encender el televisor, este le devolvió la imagen de unos uniformados y trajeados orientales, todos ellos con gesto circunspecto. Por el faldón inferior de la pantalla discurría un texto, como en una cinta sin fin. Giró la cabeza, en busca de las lentes, que utilizaba solo en solitarias ocasiones. Cuando la imagen recobró cierta nitidez, un partido de futbol ocupaba la pantalla. 

Vaya, vaya - pensó- Mañana he de llamar a mi corredor de bolsa. Es hora de incrementar la participación en ese complejo hostelero. Cada vez que un chino sale en la tele, sube la tasa turística

Se retrepó en el sofá, dispuesto a descansar unas horas antes de la cena con Elvira y unos amigos, para celebrar las buenas noticias. 

Qué hermosa es la vida- comentó para sí- Sobre todo para nosotros, los que tenemos a nuestro alcance disfrutar de la belleza cada día

Mientras, varias batas blancas intentaban saludar al futuro cliente desde el televisor. Sin éxito. Tendrían que pasar varios días hasta ser presentados formalmente.

Autoría: Purificación Mínguez.