Vidas perras

 

Sebas se sorprendió mirando a Roque. Hacia unos días que no se percataba conscientemente de su presencia 

 -Me estoy volviendo un poco dejado para esto de los afectos – se dijo para sí-

Roque estaba en ese momento acostado en su cubículo, hecho una bola. A Sebas le pareció que su amigo yacía sucio y descuidado. Atrás quedaba la actividad frenética que les tuvo durante unos meses pendientes al uno del otro, ofreciéndoles una salida, una coartada ante la dura reclusión. Durante ese tiempo, la esquina de la calle, desde donde se divisaba el parque prohibido, había sido para ellos lugar y momento de escape y de juegos. Ahora todo parecía diferente. Con el paso del tiempo Roque se empezaba a dibujar a ojos de Sebas como desanimado, ausente ante las caricias. Asomaba- notó al observar el fardo inane- entre las formas de ese cuerpo, algo más delgado que de costumbre, una afilada y cortante distancia, como si se hubiese rendido ante la adversidad. La para él absurda adversidad, que parecía empapar los días igualándolos en el tedio.

Tropezó, al acercarse, con la pelota desinflada, el hueso de resina con la marca de alguna dentellada antigua. Se demoró en colocar los objetos cuidadosamente a la vista. Quizás Roque, al reconocerlos, se animara a retomar la perdida actividad. Se dio cuenta, al echar una mirada de reojo a las provisiones, que este apenas había tomado bocado alguno desde el día anterior, quizás un poco por su culpa. Al volver de la compra, y saludarse, se habían entrelazado los pasos de ambos y en el trastabilleo varias bolsas habían caído, derramando su contenido por todo el pasillo, con la consiguiente bronca. Aunque Roque no fuera en esos momentos consciente del desastre, al llegar la noche tuvieron que tirar de sobras, algo que – pensó Sebas- ocurría cada vez más a menudo.

Debería - pensó-  volver a animarle a relacionarse con más especímenes de su especie, aunque no fueran de su raza ni de su inteligencia o envergadura. Con el tiempo había comprendido que eso a Roque le tenía sin cuidado. Más de una vez le había pillado olisqueando alguna hembra fuera de su alcance. Sebas sabía que en esos momentos era más necesario que nunca y se esforzaba con todo tipo de subterfugios para  encontrar el modo de entablar relación y procurar, aunque solo fuera, un ligero desahogo en la aburrida vida de Roque.

Transcurría la mañana y a pesar de los gestos que Sebas inventaba para animar a Roque, este  parecía cada vez más  apático, sin ganas de arrancar hacia el paseo obligado de cada día, alargando el paso cansado y con cierta humedad en los ojos, como disculpándose por la tardanza.

- Tendré que hacerme a la idea- se dijo para si- Roque  se está haciendo mayor y tengo que empezar a plantearme seriamente que va a necesitar cada vez más mis cuidados-

Se hizo una promesa interior. Desde hoy intentaría no cansarle obligándole a paseos interminables y moderar un poco el paso para que no le anduviera a la zaga jadeando. Si. Había llegado el momento de devolverle un poco del amor que él siempre le había demostrado.

Ese día cogieron el coche, algo poco usual, pero Sebas sabía que a Roque le gustaba más el parque de las afueras, ese que tenía los arboles tan frondosos y el suelo siempre mullido por la hojarasca.

Cuando llegaron al destino, pasando por calles que a Sebas le parecieron nuevas, por estar olvidadas, después de tanto tiempo circunvalando el barrio debido al confinamiento, dos personas se acercaron. Sebas se puso contento, por fin Roque había hecho nuevos amigos.

- Todo volverá a ser igual – pensó-   

Roque se agachó y se acercó hasta su cara, mientras le acariciaba entre las orejas, como a él le gustaba, susurrándole unas breves y rotas palabras cargadas de pesar.

-Volveré a por ti Sebas, necesito tiempo -

Sebas le vio alejarse, camino al vehículo aparcado en la entrada de la perrera municipal. Le envió  una despedida, un ruego en forma de ladrido. El ruido del vehículo al arrancar rompió la magia de un día hasta entonces especial

-         Qué vida tan perra – se dijo Sebas  – mientras veía alejarse al amigo.

Autoría: Purificación Mínguez.

2 comentarios:

  1. Que triste. ¿Cuántas de estas escenas se repiten cada día?
    Muy bien contado,te entra dentro de forma despiadada para remover conciencia.

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  2. La fidelidad es una palabra que no suele tener sentido de ida y vuelta siempre entre humanos y animales. Una historia triste, Puri.

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