La cita era en el Old Wind,
el único alojamiento en la ciudad que no tenía nombre de cadena hostelera.
El día, diáfano y tórrido no animaba
al paseo. Preferí acudir a la entrevista en taxi. Quería comenzar por todo lo
alto, tal y como el personaje merecía.
Varios mensajes-advertí al
coger el móvil- parpadeaban con urgencia. Todos de Juan.
“Lucía, pasaré a recoger mis cosas esta tarde.
Desearía no coincidir contigo.
Espero no te moleste.
Envíame un mensaje con la hora que mejor te convenga”
Ya no
tenía lágrimas. Recogí temblando de ira mis apuntes con las preguntas
preparadas. Hoy tendría que hacer más especial aún la jornada. Solamente eso me
salvaría del torbellino que empezaba a formarse en mi cabeza.
El lugar elegido para el
encuentro, impregnado de historia, era coqueto y con cierta estructura colonial.
En la entrada esperaba el equipo técnico, introduciendo en la escena de tintes
virreinales un contraste imprevisto. Esperaba que tanto cúmulo de trastos no
interfirieran en el ánimo de mi entrevistada, mujer que yo imaginaba de mundo, gracias
a las referencias que me habían llegado a través de un amplio dosier.
Me adentré por el pasillo
hasta el salón corrido de gigantescos ventanales, que retrataban un idílico
paisaje. Las ciudades -pensé- tienen estos pequeños tesoros guardados en su
interior. Aspiré el perfume del magnífico jardín mientras avanzaba al
encuentro.
Ella estaba sentada en el
único diván orientado al sur, poniendo una fuerte nota de color sobre la blanca
y acristalada galería. Hojeaba lánguidamente lo que me pareció el último
ejemplar del Vanity Fair, con cierto mohín de desdén dibujado en la boca. Las
largas pestañas, en forma de espeso abanico, sombreaban el rostro. Yo estaba
advertida del efecto que su mirada provocaba, pero aún así el impacto fue
brutal cuando levantó la mirada.
— ¿Scarlett O’Hara?
La pregunta flotó en el aire,
cargándolo de sin sentidos.
— Sí-contestó con
aterciopelada voz- Una burlona sonrisa acompañó el gesto de cabeza, girándose
en ambas direcciones. Buscando, con cierta irónica intriga, otra imaginaria
Scarlett en la desierta sala.
—
Empezamos mal-pensé-
—Soy Lucía
Puntadora, del Magazine El Eco Rumoroso.
Siento el retaso.
—
Encantada ¡Pero no se disculpe querida!
-dijo con marcado acento sureño-
—Me
he permitido mientras la esperaba pedir unas bebidas- continuó- Hoy el día
parece un poco asfixiante
—
Estupendo – Acerté a decir, mientras colocaba en el filo de mesa mis enseres de
escritura.
El
camarero llegó, depositando en la mesa una jarra blanca, que parecía
inmaculada; excepto por el pequeño desconchado que mostraba en el asa.
Scarlett
tocó la mácula con sus pequeños dedos, y en su mirada creí intuir algo de
nostalgia mientras vertía la helada limonada sobre los vasos nacarados.
—Ya
estamos listas querida- dijo- Podemos comenzar cuando desee.
Lucía
— ¿Qué
cree que aporta el retrato de una mujer como usted a la literatura?
Scarlett
— No
quisiera ser desconsiderada, querida, pero creo haber dejado claro a lo largo
de la novela, por cierto suficientemente extensa, todos los avatares de mi vida.
Me resulta muy pesado volver una y otra vez sobre lo obvio. Es agotador.
Cuarenta folios de preguntas se desprendieron de sus
alfileres, dejándome totalmente fuera de juego.
Lucía
—
Entiendo que este harta- medié- pero nuestras lectoras están deseosas de
conocer como su personaje ha conseguido sobrevivir a tantos cambios desde que
fue creado.
Scarlett
—Le
propongo entonces comenzar de nuevo, querida Tejedora…..
Lucía
—Puntadora
– acoté-
Scarlett
—Si,
apunte….apunte.
¡Vamos allá!- pensé
resignada- comenzaremos de nuevo.
Lucía
—Diré como introducción que es usted uno de
los referentes literarios más famosos de la literatura del siglo pasado. Si lo
desea, puede explicar más detenidamente
a nuestras lectoras como la historia recorre, a través de su personaje, toda
una época. Después podríamos entrar en cuanto ha variado en el transcurrir del
tiempo.
Scarlett
—Los
personajes fuertes, como lo es el mío, apenas suelen variar. Varían las
circunstancias, qué duda cabe, los escenarios, los usos, modos y costumbres;
pero mantienen siempre el mismo “tempo”, el mismo pulso vital y eterno. Mucho más,
me atrevo a añadir, si el personaje es femenino y está perfilado con un
carácter tan definido como el mío.
Lucía
—Se
atribuye usted entonces cierta fama de mito.
Scarlett
—
Como no, querida Contadora
Lucía
—
Puntadora -rectifiqué de nuevo- Aunque puede usted llamarme Lucía de ahora en
adelante. Será más fácil.
Suena a ruego -pensé- ¡Siempre suena a ruego!
Scarlett
—Discúlpame
Lucía. También tú puedes tutearme. Si lo prefieres continuaré -prosiguió ajena
a mis cuitas-. Dibujaré algunos pequeños retazos de mi historia, con idea de
poner en contexto a quien no la haya leído, como fue mi vida durante esa etapa.
Lucía
—Me
parece un buen inicio. Será muy interesante para mis lectoras.
Scarlett
—Fui
escrita para retratar una época, como bien has dicho. Con todos los
estereotipos girando a mí alrededor, supe esquivar con esas mismas armas, mi
destino. Pero mi creadora esperaba más de mí, y me impuso duras cargas.
Me
hizo soberbia y desobediente ante el futuro que me esperaba, que no era otro
que el mostrarnos a todas las mujeres en
un escaparate, no dudes hermoso en su trampa, pero también repugnante. Te
recordaré que se nos presentaba en sociedad como ganado de buena estirpe,
lustrado y cebado para casarnos, y así perpetuar, una clase social que ya
apuntaba al declive.
Conocí
los celos, el desamor, la viudedad temprana que aísla a la mujer y la relega al
olvido. Conocí también el afecto y la fidelidad de aquellos a los que me
enseñaron a despreciar por el color de la piel, la piedad y amistad desinteresada
de mi rival, por la que aún lloro la pérdida. Vi arder la ciudad que amaba
mientras huía de la cólera y el odio entre hermanos.
Sufrí
el hambre, que me arrancó una promesa eterna, de sobra conocida. Maté a un
hombre despreciable, enterrándolo para
salvar a los míos de la destrucción. Despojé de futuro a mi propia hermana para
seguir avanzando en la supervivencia, en ese punto ya tan egoísta, que aún hoy
me pregunto si era yo misma, o solo un sordo terror ante la pobreza y la de mi
estirpe me llevo a cometer tamaña injusticia.
Me
uní a un hombre miserable y cínico, aun sabiendo que traicionaba a los suyos
solo por enriquecerse; dejando atrás los únicos valores que me habían
trasmitido, que no eran otros más que el del honor y la valentía. Sufrí de su
mano la violación en el lecho conyugal, que tuve que aceptar porque ninguna ley
lo condenaba. Concebí una hija, que también me arrebató el destino, con la
ayuda del capricho de mi esposo.
Mi
carácter, una vez más, jugó otra mala partida enamorándome, como en un síndrome
de Estocolmo, de mi propio verdugo.
Solo
la huida a mis orígenes me devolvió la paz durante un tiempo. El ser femenino
tiende a la tierra, a la raíz, principio y fin de su esencia. Y yo no iba a ser
menos en mi eterno regreso a casa. A Tara.
A esas alturas, los ojos de Scarlett habían alcanzado
dos grados más en un Pantone esmeralda imaginario. Poco quedaba por preguntar sobre el pasado.
Transcurrió
la siguiente hora hablando de cosas triviales. Modas, corrientes culturales, políticas
y sociales se pasearon por nuestra conversación. Descubrí una mujer valerosa,
culta, preocupada por el devenir del tiempo.
La
tarde se agotaba y nos despedimos. Yo con cierta tristeza. Ella con la
nostalgia por volver a aquel lugar vedado para mí, donde procura ocultar toda mujer sus heridas. Caí
en la cuenta que yo no tenía un refugio. Sin duda – me prometí- buscarlo sería
mi siguiente paso.
Al
retroceder por la galería, noté que el clima se había transformado durante ese
tiempo de charla. Un sabor emboscado de polvo y hojas tardías se posaba en mi
mente y en mi boca, como un sortilegio mal consumado.
Ya en
el exterior, al alcanzar la esquina del edificio, una violenta corriente de
aire hizo volar mis folios. Inundando el cielo de la ciudad, quizás en un vano
intento por difundir un mensaje de esperanza para todas las mujeres de este
mundo.
Cuando
cesé de reír ante la broma que la naturaleza, una vez más, gastaba a mi
entrevistada, busqué mi móvil y envié a Juan mi respuesta
“Sinceramente querido, me importa un bledo”
Autoría: Purificación Mínguez.