Me sumo a la pequeña corriente humana que camina hacia el alto; la mayoría se acerca primero al “pedrusco”, antes de que se forme cola y se haga incómodo cumplir con la tradición. Hay quien da tres vueltas a su alrededor, otros siete, y los despistados solo una; con mimo, con devoción o por costumbre la piedra es acariciada por todos.
Aprovecho para entrar al Santuario, el primer oficio es a las 10 y aunque todavía faltan 15 minutos está ya a rebosar de fieles; no hay ni un sitio libre. La misa es concelebrada por seis sacerdotes; juntos levantan la hostia y beben del cáliz sagrado. También es compartida la comunión para agilizar el trasiego de personas hasta el altar. Cuando la eucaristía finaliza, el público se persigna en las pilas bautismales anexas a las puertas laterales, y abandona el recinto sagrado.
A poca distancia, un prado muy grande cubierto en parte por hayas y eucaliptos, es el lugar en el que se encuentran los animales. Los hay de todo tipo: ovejas, cabritillas, emús, ocas y gansos se alojan en pequeños corrales. Las reses mayores se asientan junto a hileras de postes verticales, a los cuales están atados con su ronzal; vacas y toros son los más numerosos. Junto a ellos, preciosos caballos marrones y algunos negros relinchan intranquilos. Los ganaderos y los posibles compradores se saludan efusivos, hace mucho tiempo que no se veían y los abrazos y apretones de manos son la tónica general.
Productos del caserío: legumbres, pimientos, tomates, fruta, calabazas… con un brillo como si hubieran sido barnizados, se agolpan en infinidad de puestos junto al pan y al queso. Transeúntes de un lado a otro miran y compran, a sabiendas que la calidad que se ofrece ante ellos es insuperable; el dinero corre alegre
Aprovecho un tronco para sentarme junto a una de las txoznas para devorar el talo con bacon calentito y el txakolí que acabo de comprar; sin duda es el mejor momento del día. El olor que emana de estos lugares es tan adictivo que resulta imposible abstraerse a él.
- “¡Iñaki! ¡Cuánto tiempo!” - No la había visto. Una amiga de la Uni; acabó medicina con matrícula, un portento -.
- “¡Nerea! ¡Qué alegría verte!” - Y me planta cuatro besos; así, con ruido, de los de verdad-
Me mira como si quisiera asegurarse de que estoy allí, que soy yo. Una vez comprobado que no soy un fantasma, me abraza fuerte y repite los besos casi con más intensidad aún que los anteriores.
- “Hacía ya tres años que no venía por aquí, Iñaki; lo necesitaba, creo que como todos. Vamos a comer el talo y a disfrutar; me siento aquí a tu lado” - Me achucha y se me arrima cariñosamente
- “He sufrido mucho Iñaki, demasiado… familia, amigos. Mi trabajo en Cruces fue terrible; gente moribunda y sola, sin una mano que les acompañase más que la mía... todos los días, durante mucho, mucho tiempo. Noches eternas de vigilia en mi casa, sin posibilidad de desconectar ni un segundo de lo que te rodea; y mañana otra vez...”.
Le observo mientras ella pierde un momento su mirada en la montaña. Sus ojos ligeramente humedecidos, brillan reflejando la luz del Sol.
- “Las vacunas dieron resultado Nerea; ya pasó todo, y ahora no recuperaremos lo perdido porque es imposible; pero sí podemos administrar nuestro presente y futuro. Hemos aprendido mucho en estos tres años.”
- “Sí, eso dice mi psicólogo, te pareces a él. Espero que en un par de meses ya me de el
alta.
¡Que se enfría! On
egin, Iñaki!” - Y otro par de besos, y otro arrumako-.
Muy bueno, me gustan los diálogos.
ResponderEliminarA mi también.
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarSuena bien, a tiempos venideros, a recuperar parte de lo perdido... aunque quedan secuelas. Confiemos en nuestra capacidad para recuperarnos y seguir adelante. Me gustan esos besos y arrumacos, Alberto, a ver si pronto forman parte de nuevo de nuestras relaciones. Gracias por la ventanilla a la esperanza.
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