Sabiduría popular de hospital

En la ronda de la noche, la enfermera comentó al paciente que parecía muy amable la hija que le había visitado por la mañana.

- ¿Cómo puede saber si es una hija mía y no una nuera? 
- En los hospitales no conocemos nueras ni novias de pacientes. Solamente vienen hijas o esposas, que se suelen diferenciar por la edad respecto al paciente. 
- ¿Y también distinguen entre madres y suegras? 
- Fácilmente. Las madres preguntan por la salud del enfermo y las suegras por todo lo demás.


Perdón concedido

El cáncer acortó su condena. 
Desciende del autocar en la única parada del pueblo, se dirige a las afueras, hacia la casa de Heraclio, padre de la niña. Las puertas de los vecinos se cierran a su paso.
Le pedirá perdón, fue un arrebato, igual que con las otras. 
Después irá a la residencia y esperará con la morfina a que ella aparezca.
Le ve en la puerta, levanta su mano para que no la cierre; cerca, un hombre cava la tierra.
Heraclio dispara dos tiros y entra. 
Los vecinos acuden con azadas y palas para ayudar al hombre.

Autoría: Alberto Ereña

La vida en un suspiro

Nació una fría mañana de invierno, en silencio, ni un lloro. Ese primer paso marcó el resto de su caminar. 

Tuvo una vida apática ajena a los murmullos, a las carcajadas, los gritos y voces disonantes y murió envuelto en un mutismo total solo roto por un suspiro, el de su mujer. 

Nunca supo si se trataba de un suspiro de alivio o de fastidio. Su ceja derecha se elevó como signo de interrogación pero la luz se apagó y su vida terminó.

Autoría: Argiñe Areitio.

Mompracem

La primera vez que oí hablar del valor de la letra impresa fue a mi madre. Corría el siglo XX.

- Emiliano, mañana nos llega la letra-

¡Qué le vamos  hacer! – dijo mi padre- Habrá que pagarla.

Volé hasta el cuarto y regresé,  para depositar en las manos de mi madre, mi moneda de dos reales. Toda mi fortuna.

-Madre- la dije- Aquí tiene, cómpreme usted unas letras de esas.

Al día siguiente recibí mi primer libro, cargado de piratas con olor a pólvora y ron. De Emilio Salgari.

Anhelos frustrados de un padre con tres hijas.


Autoría: Purificación Mínguez.

Simón, el ratón novicio de Lodève

Mi relación con el abad había comenzado una tarde soleada de primavera, de esas en las que corre una brisa ligera con tendencias a agitar las ramas de los sauces. Yo devoraba una avellana recostado al amparo de un grupo de piedras y un agujero del murete del pozo que abre su bocaza en el centro del claustro. Me contemplaban con cierto deseo los gigantescos arcos y las columnas del monasterio. Mientras masticaba el último trozo del fruto, pensando ya en salir corriendo de allí en busca de algo más que llevarme al hocico, oí el rumor callado de los guijarros del camino. La figura enorme del abad, represada en el hábito oscuro, se balanceaba ociosa al tiempo que avanzaba hacia mí.

No soy un ratón miedoso, lo justo y necesario diría yo, pero opté por seguir agazapado en vez de huir a la carrera. Me pareció en ese instante que el riesgo era menor. Tal vez, me dije, si no me muevo ni siquiera me verá. Así que solo mis bigotes exaltados siguieron danzando, tanteando el aire con el fin de alertarme de cualquier peligro. Espié desde mi escondrijo a aquel humano.

Estos bípedos extraños siempre han atraído mi atención de manera poderosa. Son sucios y malcarados desde bien pequeños, sus crías suelen hacer gala de terribles tendencias sádicas. Las hembras tienen por costumbre gritar y correr dando saltos, mientras que los machos son agresivos y pendencieros, tendentes al pisoteo. Podría relatar cientos de encuentros desagradables en los que he tenido que salir por patas y a punto he estado de perder la vida. Más de un amigo mío ha terminado sus días en esos horribles artilugios que, no tengo ninguna duda, colocan los humanos con intenciones malévolas en rincones y agujeros. ¡Líbreme la Madre Tierra de dejarme engatusar por esos pedazos de queso luctuosos!

En fin, que estaba yo aquel día observando al abad. Pasará de largo, me dije, es lo habitual. Van de una lado a otro continuamente, veo cada día el trasiego de sus enormes pezuñas enfundadas en esos artilugios de cuero. Las vigilias de madrugada, laudes tras el desayuno, nonas por la tarde, las vísperas… pasos aderezados con oraciones en voz baja y cantos gregorianos… Pero el abad lanzó un hondo suspiro y se sentó en el borde del pozo a escasos centímetros de donde yo me encontraba. Le oí murmurar, como si hablara con alguien, mas estaba solo. “Otro loco, cuídate de él”, me dije. Lo mejor será irse de manera silenciosa, un mutis por el foro más pronto que tarde. Y a ello me disponía cuando llamó mi atención el movimiento de sus patas delanteras, esas que no usan para caminar. Las introdujo bajo el hábito y, como por arte de birlibirloque, apareció una suculenta galleta que comenzó a degustar.

No pude evitarlo. Así como el queso de las trampas malignas no me atrae lo más mínimo, las galletas son mi perdición. Soy un amante incondicional de los dulces, lo confieso. Tanto es así que mis pequeños ojitos oscuros no podían separarse de aquella deliciosa vista, y, sin darme cuenta, me expuse de manera peligrosa a su mirada. Yo embobado, miraba como caían suculentas miguitas y el abad me vio al punto. Primero levantó una ceja, luego se dibujó una sonrisa torcida, nada malévola, en su rostro.

–Bon soir, mon petit amie ! –tronó su voz. Dicho lo cual pellizcó el dulce manjar y sostuvo ante mis ojos el trocito en mudo ofrecimiento.

El deseo me impulsaba a cogerlo, la prudencia anclaba mis pies al suelo. Se dio cuenta de mi desconfianza, claro está, así que lanzó a mis pies la migaja. Todo un festín para mí. La devoré allí mismo bajo su atenta mirada. Una risa grave y socarrona estremeció su cuerpo. Me tentó con otra miga y esta vez la tome con tiento de entre sus dedos. Fue el inicio de una estrecha amistad.

A partir de aquel momento nos encontrábamos cada día. Yo llevaba a cabo piruetas, elaboradas coreografías y saltitos cargados de gracia para su deleite, mientras él me premiaba con trocitos de galleta o pan. Se empeñó en llamarme Simón, por más que le decía que mi nombre era Baldomero. Incluso hicimos algún truco de magia, como cuando a punto estuvo de descubrirnos fray Michel. No sé cómo, pero el abad me hizo desaparecer y terminé en el bolsillo de su sotana.

Pasaron los meses y tal fue la confianza que tomé que, cuando el abad estaba ocupado en sus tareas, comencé a adentrarme en las estancias del monasterio, convertido en un aventurero aguerrido sabedor de que contaba con el beneplácito del regidor.

Fue en una de estas cuando me sorprendieron subido al altar de la capilla. Era un grupito encabezado por un tipo que no conocía, grueso y pesado, cruzada su cara con un gesto insolente que elevaba su ceja izquierda y torcía el gesto de su boca. Pero puesto que el abad estaba a su lado no di muestras de arredrarme.

Hablaron entre ellos. Mi amigo me presentó como a un novicio y me pareció que aquel desconocido se enfadaba ante tal afirmación. Luego el abad me dio una galleta que no había probado hasta entonces, blanca y crujiente, un tanto sosa. Yo le habría añadido a la masa un poco más de azúcar. El caso es que según la comía me pareció que iba a golpearme de manera fatal, pero en realidad me sentí, como aquella otra vez, transportado al interior del bolsillo de su hábito. Me quedé quieto y esperé.

El bamboleo de sus andares, el calor que despedía y el reconfortante olor a galleta del habitáculo consiguieron que me adormeciera, así que no sabría decir cuánto tiempo pasé allí dentro. Cuando su amigable mano que tomó con delicadeza era ya de noche. Estábamos en su celda, austera donde las hubiera, con un catre desvencijado, una mesa carcomida y una silla coja. Me colocó en la almohada con suavidad y fijó sus grandes ojos marrones en mí.

–Estimado amigo, creo que nuestra relación ha de llevarse en el más estricto de los secretos. A partir de ahora compartiremos catre y comida.

Y con él he vivido los últimos dos años, toda una vida. Juntos estudiamos manuscritos y soñamos con ángeles. Cada noche me relata historias y andanzas inventadas, ilusiones y tristezas varias. Ahora, en el cenit de mi vida, recuerdo aquella ocurrencia de la que me hizo partícipe hace años. Me dijo que por haber comido aquella sosa galleta, habían erigido una estatua a mi figura y la veneraban como si de un santo se tratara. ¡Qué supina tontería! Me reí hasta que me dolió la barriga porque la historia, inventada, no me cabe la menor duda, era graciosa hasta decir basta.


Autoría: Argiñe Areitio.

El filtro de la razón


Yo me filtro,  

como la mala hierba o el buen vino.

Azarosa.

Soy la inquietud de lo desconocido.

El dardo que se hinca en tu conciencia.

Soy la flecha que se lanza por impulso,

a una Diana, que hiere la inconsciencia.

Pendiente de verte y que me veas,

con tus ojos, tu boca y tus oídos.

Dejo huella.

Si me huyes, creyendo que me olvidas,

volveré a tu sueño, sin pereza,

a hincarte la idea con sigilo.

No creas que por mi triunfaras siempre.

La razón lleva en su origen sacrificios.

No me temas,

soy centinela alerta a tus instintos.

Oculta a veces,

aunque mermada en la indolencia,

surjo siempre en la necesidad con mayor ímpetu.

No me huyas,

atesoro lo mejor que hay en ti mismo.

Y guardo en tú corazón, si es compañero,

la fuerza para llegar a lo infinito.

 

      Autoría: Purificación Minguez

Soñando el presente

Festival de cometas

Para seguir avanzando

puso la mayoría de su nostalgia 

en el futuro, a corto, medio y largo plazo.

 

Porque los “recuerdos” 

pueden ser memorias o proyectos.

Así veía juntos a sus tatarabuelas con sus biznietos.

Unas  habían muerto. Otros aún no nacido.

Siete generaciones entre tres siglos.

 

Hoy es el mejor momento,

para hacer un gran día.

Porque ahora lo ha decidido.

 

El presente une añoranza e ilusión.

El presente ofrece regalo y camino.

El presente suma ánimo y acción.

El presente es el fruto y el destino.


Autoría: Mikel Agirregabiria.

La isla de Bilbao

SOÑAR. Edificio de Bilbao. Al fondo, la isla de Zorrozaurre. Visita al periódico DEIA para Encuentro Educación y TICs, publicado el 9 de junio de 2018
Se abre a la mañana en cuanto amanece, como siempre. 
Pero desde hace unos días, es diferente. 
Se encuentra cómoda, coqueta, muy a gusto. 
Desde niña quiso ser Isla, pero sólo era península y no le gustaba. 

Ser península es no ser ni continente, fuerte y robusto, ni Isla. Ser Isla es muy bonito, se dice. La gente te mira, pasean por tus orillas, te adornan con preciosos puentes, el agua te acaricia quedamente por todos los lados… ¡qué bien!. 

Decenas de pretendientes suspiran por ella y hay dos por los que siente un algo especial. San Mamés, que se adorna cada noche con bellas luces para impresionarla, y la Torre de Iberdrola, tan alta y majestuosa. Duda entre ambos. 

Cuando la comparan con otras islas, la de Manhattan en Nueva York, la de Cité en París… sonríe condescendiente, y replica muy orgullosa: “YO, ZORROZAURRE, SOY LA ISLA… ¡¡¡ DE BILBAO !!!

Autoría: Alberto Ereña

Vera, octubre


El paseo junto a la playa está desierto. Las huellas en la arena han sido barridas por el viento y la pasarela que lleva a la orilla ha quedado enterrada. 

Las urbanizaciones se han vaciado; solo las flores secas de las buganvillas, con un sonido de papel rasgado, rompen el silencio. En la laguna que casi llega al borde del mar, grupos de aves en tránsito descansan; pronto retomarán su vuelo hacia destinos más cálidos. Cae la tarde. El cielo se enciende con un crepúsculo fanfarrón. El aire se ilumina; la soledad se acobarda. 

Mañana hará buen tiempo.

Autoría: Mabe 

Llegar a puerto


Paseo hasta el puerto por la noche, cuando los barcos duermen. Mecidos por la humedad infinita del mar. Algunos son gigantescos y recortan el aire, robando el horizonte al cielo. Los hay que tienen nombres absurdos, exagerados. Otros parecen pedir perdón, por algún pecado aún en penitencia. Rogando, si acaso tuviéramos que nombrarlos, la indulgencia plena. No puedo embarcarme en todos y desconozco su rumbo. Aun así, en mi paseo insomne, sueño su viaje. Forzando mi imaginación a recorrer su incierto destino. No entiendo tampoco, como pueden sostenerse sobre unas gotas de agua acumuladas, tensionándose, ante la herida de la eslora. Formando arañazos, que imagino, se trasmiten en ondas dolorosas, mientras el mar las acepta resignado. 

¿Cómo un océano tan poderoso aguanta esta violación de su calma? Si yo, un ser diminuto, quisiera emular su diáspora convertida en éxodo, huyendo de la firme tierra, seguro que acabaría tragándome. Sin contemplación ninguna. 

Sabe el mar que no nos pertenece, aunque hayamos buscado la manera de invadir su ciclo natural, engañándole con un artificio en falso equilibrio. Y envidio a ese barco, que duerme acunado esta noche, con un nombre absurdo, exagerado; mientras yo, despierta, paseo por el puerto. Sin ancla, ni posibilidad alguna, de flotar en mí sueño. 

Autoría: Purificación Minguez

Barrika


13/10/2020. 17:24. Mirador de Barrika. El viento arranca penachos de espuma de las crestas de las olas y los arroja contra las rocas. Sobre el acantilado, la hierba se inclina, sacudida por las ráfagas que llegan, una tras otra, incesantes. Mar adentro, una muralla de lluvia gris oculta el horizonte y avanza hacia la costa. 

Un pequeño envoltorio brota de ninguna parte, se agita frenético durante unos instantes contra un cielo de plomo y desaparece como una centella blanca y roja.

Autoría: Jan Tilkut 

Cinco al principio

Primera reunión por videoconferencia, jueves 15 de octubre de 2020.

 Grabación del final, de los compromisos que hemos asumido las cinco personas que hoy hemos podido acudir: Purificación Mínguez, Argiñe Areitio, Alberto Ereña, MaBe Alconero y Mikel Agirregabiria. Posteriormente se han ido sumando, en orden cronológico, Juan Fernández Trillo (Jan Tilkut) y Antonia Amez.

Nacimiento del Blog "Despertar a la escritura"

Autoría: Redacción