Descubrimiento: Nuestro primer haibun

Descubrimiento: Nuestro primer haibun
Ella tenía 8 años y él 9. Ella vivía en un pequeño pueblo, Ubidea, y él era un veraneante. Se conocían de todas aquellas antiguas vacaciones estivales de tres meses. Él llegaba la víspera del día de la fiesta de San Juan para iniciar el verano.

Eran vecinos en dos casonas anexas, junto a la fuente de agua de hierro. De familia muy numerosa, la niña se ocupaba permanentemente de una hermanita de 3 años. Él llegó en el autobús a mediodía. A la tarde, al salir a la fuente, ella le esperaba con la pequeña. Ella le dijo varias veces cuánto se entusiasmaba su hermanita porque él hubiera venido. Jugaron toda la tarde, y él tuvo que escuchar continuamente aquella cantinela: "Nenita, dile cuánto te alegras de que él esté aquí".

Aquella noche, antes de dormirse, él se preguntaba por qué aquella niñita, que apenas le conocía, se alegraba tanto de su venida. Finalmente descubrió una Doble revelación: Comprendió que ellas siempre son más sutiles, porque hablan por boca de otros, y aprendió lo que es el amor.

Ella te habla,
pero sólo lo entiendes,
cuando ella falta.
Descubrimiento: Nuestro primer haibun
Esta historia autobiográfica se ha redactado ahora en formato de haibun. Es una entrada más de nuestro blog colectivo "Máquinas de escribir" del Taller de Escritura de BBK Sasoiko que dirige Juan Fernández Trillo. Es un remake de hace muchos años,  cuando en 2020, publicamos este post "Doble revelación", con una redacción en prosa.

Un Haibun puede retratar una escena, un momento especial, de una forma objetiva y descriptiva o bien representar un tema de ficción o una escena totalmente onírica. El Haiku final que se incluye puede tener una relación directa con la prosa o, simplemente, apuntar o sugerir una idea o sensación relacionada con la esencia de lo que está recogido en ella. 

Normalmente el escritor de haibun trata de no manifestar los temas abiertamente, sino pintar un bosquejo empleando alusiones y metáforas, con lo que busca en la escritura una manifiesta ambigüedad y obligar al lector a tomar parte activa del proceso literario completándolo con su imaginación y fantasía.

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"Conguito"

Él es un camión.

Pero no uno cualquiera; llevaba atracciones a las ferias de los pueblos, y ello le distingue de los demás. Transportaba alegría, felicidad; sabía que los lugareños le esperaban cada año. Cuando le veían aparecer por la carretera aproximándose a la plaza, le saludaban sonriendo. “En breve comenzarán las fiestas”, decían alborozados, “ya llegan los barraqueros”.

Antonino, el conductor, y su sobrino, Isaac, se apresuraban a sacar los seis autos de choque que acarreaba, para colocarlos en la pista rápidamente. Poco antes, Ezequiel, hermano pequeño de Antonino, había llegado con el tráiler y ya lo tenía todo a punto; solo a la espera de los coches.

- Muy bien Conguito, - le decía Antonino entre chanzas al mismo tiempo que le acariciaba el foco derecho-, ya estás vacío y cómodo. Estaremos aquí hasta el domingo por la tarde; después, ¡a Briviesca! ¡Pedazo de feria la que allí se prepara…! Ganaremos un buen dinero este mes, ¡sí señor!

Y allí se quedaba esperando al final de las fiestas; el bullicio de la música y la sirena entre viaje y viaje le arrullaban. Sonaba “Camela” continuamente, todas sus canciones eran parecidas, decía Antonino que si no estaban Ángeles y Dioni en el playlist, se perdía la esencia de los autos de choque. Le aburría tanta repetición, pero si a él le gustaba, no había más que hablar; a Isaac y Ezequiel no les importaba, de hecho, les cautivaba la pareja madrileña tanto como a Nino.

Algunos jovencitos aprovechaban para esconderse detrás y fumar; no le gustaba. Tenía pánico a que una chispa acabara con él. Igualmente se ocultaban parejitas de enamorados, hechas un ovillo; ahí también saltaban chispas, pero no era lo mismo. 

Ahora todo es distinto. Le cuesta recordar el tiempo que lleva ahí aparcado, junto a la pista de tenis. Siente que se está marchitando; hasta Pegaso quiere huir de su compañía. Siempre estuvieron unidos pero ya no lo soporta más, y le ha contado que utilizará sus alas para escapar del tufo de la decadencia.

De igual forma siente el ocaso de Antonino. Sólo viene lo justo para arrancar el motor y evitar que la batería se descargue. Ya no es como antaño, está triste. Lo ve en su cara, en su ropa, en su ácido olor a derrota.

Era vigoroso y cantaba continuamente; en la actualidad es otra persona. Taciturno y preocupado, así es hoy Antonino; suspira y no le dice ni una palabra. Luego baja pesadamente por la escalerilla, aparta de una patada a un perro pequeño, que ha hecho de la rueda su urinario particular, y se va.

Conguito le sigue con la mirada, también él se pregunta hasta cuando, y no puede evitar que de nuevo fluyan las lágrimas a través de los ejes de sus limpiaparabrisas. 

 Autoría: Alberto Ereña

Alegría sin cuento

Hoy he visto a un hombre reír. De refilón, como escondido.

Yo he pasado a su lado con aire despistado, un poco avergonzada ante el espectáculo.

El hombre, he de decir en su favor, ha recuperado el agrio gesto con presteza. Lanzándome una mirada temerosa a modo de súplica, de perdón. Menos mal que se ha puesto a llover a jarros y el frío y desapacible ambiente ha disipado cualquier pensamiento de bienestar. La naturaleza acude a veces en ayuda cuando desfallecemos y nos abandona la nostalgia.

He vuelto a casa escandalizada. Me hubiera gustado seguirle, saber dónde vive.

Estamos obligados a denunciar esas prácticas, soy consciente de ello. Sobre todo si se realizan en público. Pero es el segundo que veo esta semana, y creo no está en mi naturaleza aún bien instalado el concepto de “chivata” o “correveidile”, tan extendido entre nuestra sociedad. A pesar de la recompensa (un suculento disgusto duradero) algo en mi interior se revuelve últimamente ante el sonido de una carcajada. Debe ser un vestigio antropológico hereditario, un gen que espero recesivo desatando lo peor, atado como está en mi pensamiento cualquier deriva risueña. Eso me inquieta ¿Quién me garantiza que al denunciarle, no deje entrever también mis propias debilidades?

Al entrar en casa, antes de colgar el abrigo, me recreo observando El grito de Munch. Alivia mucho notar que ante la tentación, el arte ha puesto a nuestra disposición el lógico antídoto, preservándonos del disparate. Me recreo en el dolor del gesto, en la figura fantasmal con aire de gárgola post moderna que desprende la pintura. Respiro.

Poco a poco la presión de la alegría, que inunda a veces estas incipientes mañanas primaverales, se va diluyendo.

Me duele caer en este estado anímico, en esta astenia jocosa que asoma inclemente como un brote psicótico, posándose sobre las comisuras de la boca. Elevándolas contra natura.

Este lunes, sin ir más lejos, me descubrí moviendo las caderas por el oscuro pasillo de la casa al compás del Réquiem de Mozart. La clase de Lúgubres Músicas anda algo oxidada, y noto como me alejo de los maestros en busca de ritmos poco edificantes. Una  risueña depresión, ahora lo sé, se va adueñando de mi cerebro.

De nada sirve leer las esquelas. Oír el noticiero fúnebre de las tardes, con sus encantadoras noticas sangrientas. Deshojar con fruición la margarita del amor perdido, que siempre llevo a mano; con los pétalos en número impar, no vaya a ser que me dé un disgusto el declamar el no como deseo.

Esta época del año, luminosa y caliente, no ayuda a mantener la calma. Y diluye el dolor, por más que me esfuerce en atesorarlo con avariciosa tristeza, en espera de esos maravillosos momentos en que al fin consigo, que todos mis pensamientos, se vuelvan negativos. Me ha costado mucho reunirlos para contrarrestar las alegrías que acechan inclementes en cualquier esquina, y observo preocupada como cada vez se muestran más proclives al olvido.

Preparando la comida un momento después, a traición, sonrío mientras corto una cebolla. Ahora sé que estoy irremediablemente perdida. Tendré que reunir a la familia para comunicarles mi decisión. Despedirme de ellos para evitar cualquier contagio (ganas me dan de dejar pósits por las estancias con chistes de Lepe). No se merecen ese trato. Siempre han estado dispuestos a entristecerme, y sería un mal pago por mi parte actuar así, ante tantos desvelos en formato calamitoso como me han suministrado a lo largo de la vida.

Creo que partiré hacia ese Arco Iris que ha dibujado la lluvia en el horizonte. Hacia ese lugar en que se recrean aquellos que ríen sin venir a cuento.

Descubre el secuestro secreto

Fue un robo sorprendente. En principio ninguno supo percibir que el insólito y único tesoro, el precioso recurso insustituible, hubiese sido removido. El suceso continuó oculto, escondido y recóndito. Pero un sutil detective, ¿posiblemente usted, inteligente lector?, pronto comprendió lo sucedido. O no fue posible y ni usted, mi querido leedor, logró convertirse en el hercúleo psicólogo de gemelo hecho y, usted me perdone, resulte ser menos resuelto e incluso le cueste un buen período de tiempo descubrir en este vigente documento el mismo embuste, que fue seducción y secuestro.

En 1969, el escritor Georges Perec publicó un folletín (de título “El eclipse”), en el que sugiere el descubrimiento homólogo de un supuesto procedimiento del mismo timo. Sólo en el último episodio se descubre lo que se desdibujó en el contexto desde el primer inicio y que persistió como el hilo conductor de todo el cuento de ficción, y que no se exhibe ni descubre sino concluyendo los últimos conceptos del libro, escrito con un perfecto discurso que se extiende en todo momento de este monumento retórico y poético. Porque el hecho consistió en omitir con intrépido frenesí y en todo el texto el repertorio y los giros que contienen un preciso signo, símbolo distinguido como el de superior repetición y frecuente fenómeno, del que existen numerosos ejemplos en el periodismo de trucos mentirosos. Otros repitieron el experimento, y yo mismo recientemente lo presento, como testimonio de que se evitó un decidido término, propio de que quien publicó precedentemente u hoy mismo con el insistente cuento.

Y si con todo lo escrito y siendo muy curioso no lo puede resolver, debe responderse que, o es un ciego que no ve ni lo que tiene enfrente, o usted y su entendimiento no exceden en erudición y conocimiento, porque pueden prescindir tristemente del mejor y superior héroe: Ese portentoso, invencible, típico y primer quijote en el método de escribir en este complejo revoltijo que gruñimos muchos elocuentes vocingleros, y que no es otro que ese dibujo que en el léxico reconocido se describe como “a”.