Seres transparentes

Muchas veces me he sentido como si fuera transparente, como si fuera un fantasma que deambula junto al resto de los mortales y se cree parte de la sociedad, pero en realidad no existe. Por eso nadie le mira ni le tiene en cuenta.

Es una sensación terrible, que te deja vacía, o, mejor dicho, te rellena de nada, de silencios y sombras. ¿Sabes de qué te hablo?

Me sucedía cuando era una niña, siempre sentada en una esquina, sola, entretenida en mis cosas y pensamientos aunque de reojo echara una mirada a lo que hacían los demás. No recuerdo haber tenido amigas, ni que nadie contara conmigo a la hora de organizar los grupos para jugar a campo quemado, o me tuvieran en cuenta para jugar a la cadeneta y al escondite. Yo permanecía allí, quieta, a la vista de todos, pero era como si no estuviera, nadie me buscaba y nadie me encontraba.

Las cosas no mejoraron en la adolescencia. No pongas esa cara. Te veo levantar la ceja como signo de incredulidad. Sí, sé que comencé a salir con un grupo de chicas de mi clase. Pero aquello era más bien un acto disimulado, un queda bien del que nunca comprendí a ciencia cierta qué sacaban ellas, por qué tenían en cuenta para sus quedadas a la rarita. Tal vez era el empeño de María; he de confesar que ella siempre se portó bien conmigo. Pero cuando estábamos en grupo la soledad se negaba a abandonar el barco, me carcomía inmisericorde por dentro.

A veces, cuando estaba con ellas, miraba mis manos con disimulo, las posaba sobre el banco en el que nos sentábamos. tamborileaba con los dedos; era un ejercicio para comprobar que estaba allí.  María me miraba entonces a los ojos y sonreía con complicidad. No soy transparente, me decía a mí misma. Pero no conseguía despegar de mi cuerpo aquella sensación de angustia, te lo puedo asegurar.

No hubo ningún chico al que yo le interesara, ninguno que me invitara al cine, a pasear, a comer unas pipas sentados en un banco. Eso no pasó hasta que estuve en la universidad. Él también era un pozo de soledad, así que pronto construimos un gran agujero negro que parecía tragarse todo lo que había alrededor, no existía más universo que el nuestro, no había más mundos que el que nosotros creamos.

Fueron aquellos unos años extraños. Juntos aprendimos a hilvanar nuestros cuerpos, a darles las puntadas necesarias para que fueran visibles.

Te veo sonreír complaciente. Sí, fuimos dos fantasmas que se unieron y gracias a ello consiguieron tener corporeidad. Y ahí estamos, inseparables, como dos mitades que solo pueden subsistir juntas. A veces siento un escalofrío que recorre mi cuerpo, me estremezco y no necesito darme la vuelta para saber que él está ahí y que en sus ojos asoma ese vacío que una vez fue su interior. Lo sé porque lo he visto en otras ocasiones, porque yo misma lo he sentido más de una vez. Sigue agazapado en nuestro interior y a la mínima que nos descuidamos intenta adueñarse de nuevo de la situación.

Muchas veces le he dado vueltas en la cabeza. ¿Por qué me pasa esto? ¿Dónde nace esta desazón vital? Y siempre veo tu cara, la que recuerdo vagamente, la que construí en mi memoria gracias a las fotos que aita guardaba. Tú aroma sí que lo recuerdo, ¿te lo puedes creer?, tal vez porque yo sigo utilizando aquella colonia que tú te ponías. Y pienso entonces que debe ser que cuando era una niña y tú te moriste, amatxu, dejaste un hueco de amor tan enorme en mi interior que nunca he podido llenarlo con nada. Debe ser eso. Y solo deseo y espero que este pequeñín que ahora está creciendo en mi vientre sea capaz de tapar nuestros agujeros.  Que él sea nuestra Vía Láctea y nuestro sol. ¿Qué te parece?

Autoría: Argiñe Areitio.

2 comentarios:

  1. Preciosa reflexión mirando hacia adentro. Un paseo por el interior sacando hacia afuera lo que nos come por dentro. Contundente.

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  2. Y tanto Argiñe, me impresiona lo que escribes, una vez más. Enhorabuena, que importante escribir y leer acerca de lo nuestro, nuestra intimidad. Un abrazo.

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