Gabriel se ha levantado temprano, hoy es día de paga y quiere llegar cuanto antes a su oficina de La Caja. Como siempre, estará en la puerta el primero, esperando a que abran.
Desayuna frugalmente, le gustaría poder tomarse un bollo de mantequilla y un café del bueno, pero este mes ha llegado el recibo de la comunidad con una derrama por la puerta del ascensor. Esta última semana se ha hecho muy larga. Además, llegó Andoni con el seguro del coche, mira que le advertí que ese modelo era muy caro y eres novato, pero es igual. Se le antojó, muy orgulloso él, claro, y ahora sin trabajo cobrando una mierda pasa lo que tenía que pasar. Ya le he dicho que lo devuelva, o que lo venda; pero ya, ya.
A Elena no le pareció bien que yo hubiera hecho esa gestión. Fue ya un poco a regañadientes, y cuando volvió me dijo que a ver qué me había creído yo que era ella, que vaya amigos que tengo; que vaya vergüenza le he hecho pasar.
Néstor le ofreció un contrato por seis meses con un sueldo de mil quinientos euros netos; no pensaba levantarse a las siete de la mañana por esa mierda. Con esas palabras lo dijo. Ella tenía unos estudios y no iba a estar en una oficina de administrativa sin más; como poco jefa de departamento. Néstor le dijo que no era posible; más adelante, cuando se jubilara Laura la actual titular de aquí a un par de años, podría ser.
Y se fue de la entrevista muy ofendida, dejándole con la palabra en la boca.
Cada vez que me cruzo con Sergio, no se
ni qué decirle.
Con quinientos veintiséis euros mensuales de pensión poco se puede hacer; muy poco. Hace un frío del carajo y no se lo que es encender la calefacción; la última vez hace ya más de un año y me pasaron un recibo de casi cuatrocientos euros. Aun vivía Lourdes y tenía que hacerlo, siempre estaba helada en su cama, o eso le parecía a ella. Por la noche le colocaba tres mantas y cerraba el gas, pero se despertaba muchas veces; “tengo frío, tengo mucho frío...” y qué vas a hacer.
El otro día me acerqué como sin querer, haciendo que paseaba, por San Felicísimo; en la calle Julio Urquijo de Deusto. Allí vi que repartían comida en bolsas a una cola de personas bastante larga; la mayoría gente de fuera, pero había algunos que se les notaba que eran de aquí. Con un poco de apuro me hice el despistado, y esperé a que pasara toda la cola; y cuando ya no quedaba nadie entré a ver lo que hacían allí dentro; mi condición de jubilado curioso tiene esa ventaja. Una señora mayor con pinta de monja me dijo que era el banco de alimentos, aunque ya lo sabía, por eso estaba allí; pero no se lo dije.
Los que están metidos en esto han visto mucho y conocen a las personas y sus problemas; detectan sus necesidades aunque traten de ocultarlas.
Me hice un poco de rogar al principio: “que no hace falta, que otros lo necesitarán más, que tal y cual”, pero ella me sonrió y me metió en una bolsa de Mercadona unos paquetes de legumbres con unas galletas y en otra dos cajas de leche y una botella de aceite. Me dijo: “Como si vinieras del súper. Cuando te vean, eso es lo que pensarán tus vecinos, no te preocupes”. Le di las gracias torpemente, no por darlas que estoy acostumbrado sino por vergüenza, y salí de allí mirando antes a cada lado por si pasaba algún conocido.
Y se largó dando un portazo. Pero antes cogió las dos cajas de leche y las galletas.
Ya son las ocho y treinta y cinco, y no viene nadie; algo pasa. Pregunta al dueño de la frutería de al lado y le dice que esta sucursal cerró hace tres semanas, La Caja está quitando oficinas y la más próxima está a unas cuantas manzanas de allí; bastante lejos. El cajero automático si está en marcha pero no sabe cómo funciona; cuando cerraron todo por el coronavirus, había que sacar la pensión en él pero una chica salía y le ayudaba. ¿Por qué cierran así? ¿Quién me atiende ahora? ¿En dónde voy a cobrar mi pensión? Se siente impotente ante la pantalla y un teclado con muchos números y letras que parecen reírse de su incapacidad.
Gabriel asiente mientras observa al muchacho imaginando así a Andoni; elegante, buen traje, oliendo a colonia de la buena, con su maletín de trabajo, quizás abogado o algo parecido. Y además que dispuesto, le ha visto apurado y se ha acercado a ayudar sin más… y luego dicen que la juventud es egoísta y no les importa nada ni ayudan. No todos son iguales.
- “Muy bien, verás qué fácil es. ¿Cuál es el número secreto? Dímelo y te lo marco yo, será más rápido. - Parece que el joven tiene ahora algo más de prisa – Vale, 1111; lo marco ¿ves? ¿cuánto sacas? Bien. Marcamos quinientos euros”.
Ha visto que el disponible de la tarjeta es hasta mil euros y en un descuido de Gabriel al que le cuesta seguir la rápida operativa, es lo que ha tecleado. La pantalla le informa que el máximo disponible es quinientos cincuenta euros, no hay más saldo. Contrariado, corrige y marca de nuevo disculpándose por haber tecleado mal a la vez que se sitúa delante para evitar que pueda ver los cambios realizados.
La máquina avisa de la salida del dinero, Gabriel acerca su mano derecha a la ranura justo cuando la del apuesto joven se le adelanta, le arrebata el pequeño fajo de billetes y sale corriendo.
Gabriel se queda quieto, ha sido todo tan rápido que ni ha visto por dónde ha ido; la gente le mira cuando, llorando, se sienta en el bordillo de la acera. Llega un policía municipal, se agacha junto a él y le pregunta qué le sucede.
Triste, muy triste. Cuando parece que nada puede ir peor, descubres que sí, que aún puede ser peor. Es terrible el final, que alguien te robe el dinero para sobrevivir un mes más, pero tal vez lo peor sea que ni tu hijo ni tu nuera estén a tu lado, sean tus enemigos de a diario. Triste sentirte solo y abandonado. ¿ dónde reside la bondad?
ResponderEliminarPor desgracia, no es un caso aislado. Y si seguimos así, cada vez será más habitual. Vamos al sálvese el que pueda,y si para seguir a flote hay que apoyarse en alguien aunque éste se hunda un poco más son efectos colaterales en los que no podemos intervenir.
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