"¡Guau!" se dijo a sí mismo a
la vista de aquella hembra. Esbelta y elegante, a Max le pareció que olía a
gloria bendita. Pelirroja, de cabello suave y sedoso, una anatomía cuidada, una
cara preciosa. Venía de frente con andares pausados. Se cruzarían enseguida,
pasaría a su lado. Él se preparó, compuso su faz más apacible y humilde y la
miro con ojitos tiernos.
Ella se hizo la dura, la cabeza alta y la
mirada soberbia. Juraría que incluso la oyó gruñir por lo bajo, pero no hizo
caso. Continuó con su maniobra de acercamiento, despacio, midiendo cada paso,
actitud zalamera y respetando el espacio entre ambos. "¡Guau!" –pensó
de nuevo–. Comenzó a salivar, no podía evitarlo, aquel aroma dulce se le había metido
muy dentro y las placenteras endorfinas recorrían cada célula de su cuerpo.
Ella detuvo su caminar apenas un segundo,
vaciló otro segundo, bajó unos centímetros la cabeza y lo miró a los ojos sin
dudarlo, desafiante. Quería dejar patente su rechazo, no deseaba saber nada de
él. Pero Max no era de los que se rinden ante el primer escollo. Insistió, más
humilde y más humillado, y le envió un mensaje claro: "Seré tu
esclavo". Daba pasitos cortos y la miraba de soslayo, una forma como otra
cualquiera de pedir permiso para acercarse.
Le pareció que las barreras de ella
comenzaban a derrumbarse, que había surgido cierto interés por Max. Tal vez
fuera debido a su pecho fuerte y poderoso, su pelo oscuro y brillante, sus ojos
castaños, tan vivarachos como cautivadores. Sí, algo en su actitud le pareció
distinto y decidió lanzarse, ser atrevido, pensó que podría conseguirlo.
Estaban casi a la par; se estiró y alargó la zancada, con brío.
Pero entonces ella gruñó, lo pudo oír con
absoluta claridad, vio asomar sus colmillos cuando el belfo se retiró mientras
la mirada se afilaba, las orejas estaban firmes y el pelo se le erizaba. Lanzó
una dentellada que le rozó el morro, una advertencia que dejó a Max en su
sitio, inmóvil, mientras veía desaparecer a aquella setter irlandesa con
andares pausados tras los pasos de su dueña. Él, un magnífico pastor belga, se había
tumbado en el suelo, las patas recogidas, las orejas plegadas, el corazón
desbocado por la emoción, saboreando su olor y leve contacto de la mordida.
"¡Guau! –se dijo a sí mismo Max
mientras su dueño tiraba de la correa y lo obligaba a levantarse y continuar
con el paseo– ¡qué hembra!".
Autoría: Argiñe Areitio.
Vaya descripción más bonita de un flirteo canino. Me fijaré más a partir de ahora cuando salga con mi perro en sus actuaciones.
ResponderEliminarEso, fíjate, fíjate en cómo lo hacen... jajajajajaja
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