O quizás hayas optado por dejar alguna guedeja suelta, allí
donde el remolino de la frente guarda las borrascas del desencuentro. Y la veo caer
en forma de tornado, dibujando una
espiral sobre tu cara. Entones casi puedo sentir como al retirarlo, reproduces
de nuevo el gesto de llevarlo hasta la diminuta oreja, donde deposité mil
palabras de amor. También enroscadas como tuercas, tan persistente fui al
susurrártelas. Pero ahora descubro que no escuchabas y solo era un gesto
mecánico, destinado a contentarme. Y mi voz se quedó fuera, dando vueltas por
el laberinto. atrapada en la tupida trama del mechón rebelde.
También es posible, porque en mi sueño todo es vano intento
de recobrar tu imagen, que lo hayas liberado, desprendiéndote de ese broche que
te compré aquella tarde de cine y novios.
Y llamo a Marta para preguntarla. Y Marta comunica, o está
fuera de cobertura. O no quiere contestar, porque sabe que soy yo de nuevo. Se
resiste a oír mis lágrimas, iguales a las de ayer. Entonces, busco en la
memoria aquellos teléfonos olvidados, y encuentro el de Luis. Y dudo. Luis
puede que no lo sepa. Que aún no sepa de tu abandono. Y me viene a la boca un
aroma amargo de excusa, mezclado con la vergüenza por preguntarle si ya te
cortaste el cabello y todo ha concluido.
Menudea el día con sus quehaceres, y vuelvo para la casa por
el camino largo, ese que elegíamos para demorar la ausencia. Intentando
encontrar la huella que dejaste al pisar
un charco, ese día que me pareció más
lento en mi esfuerzo por retenerte con la mirada, mientras apretabas el paso en
la huida.
Recojo algunas hojas entreveradas, donde se distingue aún el
eco del adiós dibujado en la nervuda estructura. O esta otra, en forma de
corazón. Rota, resistiendo en su centro el verde esperanza sitiado por el otoño
de las despedidas.
Y me llego hasta La
Alameda buscándote, y te veo, como en un espejismo, entre esa bruma que forman las ansias. Marcando el
breve paso de los que están aprendiendo a olvidar, dejando que otros,
carguen con los recuerdos.
En mi loco y tórrido
trayecto late un resto del calor
residual, de una fiebre por devorar el paisaje común convertido en impar paso
solitario, sin posibilidad de vuelta, y que me lleva por fin hasta la puerta de
la casa, desierta de tus cosas; aunque no de ti, que aún revoloteas por la
estancia.
Suena el teléfono. Es Luis quien habla. Apenas reconozco el
tono, tan olvidado, del amigo. Y me cuenta de ti, y pregunta si ya te cortaste
el cabello, porque entonces todo estará concluido, y algo en su voz tiembla, al recordar con
nostalgia un broche, que él también te regaló, un día de cine y novios.
Autoría: Purificación Mínguez.
Fantástico, de verdad. Que metáforas,que dulzura en la descripción...una gozada para leer varias veces, cada una de ellas encuentras algo nuevo.
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