Cuando el sol tiene a bien dejarse ver, casi podría oírse un murmullo de placentera acomodación. La higuera, aún durmiente, luce entonces engalanada por sus cientos de joyas, sus perlas verdes.
Muy cerca, un viejo ciruelo silvestre de faz arrugada, curtido por el paso de los años, minada su corteza por estrías y grietas, luce las primeras flores. Es un contraste curioso, una alegoría de la vida, ese exterior envejecido y marchito frente a las jó0venes flores que su interior aún es capaz de hacer brotar. Tal vez sea porque animado por la experiencia que da el discurrir de la vida, sabe de buena tinta que el invierno pierde su batalla y que la vida continúa a pesar de los pesares.
A sus pies, unos lirios anodinos rompen la monotonía de sus largas y afiladas hojas con varias flores vestidas de gala. Los delicados pétalos morados se dejan maquillar por una líneas amarillas, tenues pero eficaces, por un blanco tintado de lila.
Y en este bucólico escenario, la hierba crece como si no hubiera un mañana, ávida de rocío, salpicada de caléndulas, pequeñas margaritas, dientes de león de un intenso amarillo, orquídeas silvestres de elegante figura...
Son todos ellos el aviso a navegantes de la llegada de la primavera, un arranque sutil y pautado que pronto estallará en miles de olores y aromas.
Autoría: Argiñe Areitio.
Me encanta la primavera, pero no sería capaz de definirla como has hecho tú. Ahora me fijaré aún más
ResponderEliminar