Otras veces es un sonido. Estos también
suelen entrar por las bravas. Ahora que lo pienso, se parecen mucho a los
olores. Puede ser un susurro que eriza nuestra piel; un grito que altera
nuestro ritmo cardiaco; una llamada que despierta nuestro amor; una música que
nos transporta a otro lugar, a otro momento junto a otras personas... Ahí están
de nuevo los recuerdos.
En ocasiones es un tejido, una textura,
el roce de una superficie. Menos invasivo, el tacto también tiene esa capacidad
de poder llevarnos a otros mundos. Si cerramos los ojos y nos dejamos
guiar por las yemas de los dedos,
podemos imaginar entornos nuevos alejados de donde estamos. Una tela de seda
puede generar un escenario exótico en tu cabeza, un mundo de tules, de
suavidades, de risas y tintineos. La aspereza de la hierba puede hacerte
recordar aquellos momentos en los que te pierdes en su verdor, tumbado al sol
mientras te dejas acariciar por su aroma fresco. Una vez más, hablamos de
recuerdos.
¡Qué decir del gusto! Es tan variado y
enriquecedor, soso, salado, agrio, amargo, dulceeeee.... Si algo puede elevar
nuestra mente, cerrados los ojos una vez más, es un sabor. Puede estremecer
todo nuestro cuerpo, nuestra alma también. Dejaremos escapar un suspiro
mientras ahondamos en las miles de sensaciones que pululan por nuestras
células, todas extasiadas. ¿Recuerdas el sabor de la leche de vaca, la de
verdad? Inconfundible. ¿El del tiramisú que hago cuando venís a casa?
Delicioso. ¿El del café recién hecho? Entrañable. Son recuerdos que nos llenan.
La vista, el último pero no el menos
importante también tiene su papel cuando hablamos de recordar. Es el más
directo y tal vez por ello el menos evocador. Pero al ser tan llano y simple, a
veces nos va directo al corazón. Ayer juraría haberte visto entre un montón de
gente que iba en el metro. La cabeza, irracional y estúpida, me decía que no.
Era evidente. ¡Lo sé!, grité por dentro, no es él, ¡lo sé!. Pero durante unos
segundos, dos como mucho, aquella figura familiar hizo que saltaran todas las
alarmas. Fue como si todos los sentidos se hubieran puesto de acuerdo , como si
hubiera oído tu voz suave diciendo mi nombre de esa forma amorosa y cercana que
solo tú tienes; como si hubiera llegado hasta a mí el olor de tu colonia, esa
que no tengo idea de cuál es, la que cambias cada dos por tres, depende del
momento pero igualmente identificativo. Fue como si hubieras apoyado tu mano en
mi antebrazo, con tu delicadeza habitual, apenas un roce, como el beso que me
sueles dar en la mejilla, etéreo y frágil.
Por un momento incluso saboreé el amargor
de cóctel de alcohol, de esos que preparas entre risas cuando nos visitas.
Pero todos ellos me engañaron, la vista
la que más. Claro que no eras tú, pero por un momento el corazón dio un salto y
quedó en el aire, sin atreverse a seguir adelante. Luego sí, lo hizo con
desenfreno, como queriendo recuperar el segundo perdido.
Es inevitable recordar. Somos recuerdos,
sin ellos dejaríamos de ser nosotros mismos. Desapareceríamos y también quienes
están a nuestro lado, quienes nos aman y aprecian. Por eso no me importó que me
engañaran. Por un momento estuve contigo, mucho más cerca. Así que me dejo
llevar por los sentidos. Les permito que me asalten y me engañen. Porque con
los recuerdos vivo mil y un momentos que, es lo mejor de todo, sé que
volveremos a vivir juntos y compartir. Cuando vuelvas.
Autoría: Argiñe Areitio.
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