Angustias: ¡Ay,
hija, cómo me crujen las juntas! Esta pata izquierda me está matando...
María: No es de extrañar, siempre estás a la
sombra y las humedades hacen estragos.
Julia: Ya te digo...
Yo tengo tu misma edad y estoy como una rosa, no me cruje ni el mimbre.
Angustias: Sí,
pero a ti no te ha castigado la vida como a mí. Fíjate en la mujerona que se
sienta cada tarde sobre mí. Es ancha como un roble y pesada como una encina. En
cambio la que toma el sol sobre tus mimbres es fina como un junco. Digo yo que eso
también hay que tenerlo en cuenta, ¿no?
Julia: Será fina
de cuerpo, pero pesada como ella sola. ¡No calla ni debajo del agua! Como se
nota que tiene una vida sexual intensa. Yo creo que su cama no está en tan
buenas condiciones como yo.
Pía: ¡Jesús,
María y José! No sé por qué tienes que hablar de esas cosas. Eres una vulgar
deslenguada, como esas mujeres que cada tarde se sientan aquí.
Carmela: Ja,ja,ja,ja,ja...
Cómo se te notan los años que pasaste como silla de iglesia, Pía. Te
escandalizas por cualquier tontería.
Angelines: ¿Pues
no sueles ver cómo se pone cuando las seis mujeres cotorrean de sus cosas? Un
día de estos le va a dar un colapso.
Pía: Es que no sé
por qué hay que entrar en tantos detalles, ni elegir esos temas tan íntimos.
Como si no hubiera otras cosas sobre las que hablar.
María: Ayer sin ir más lejos, cuando charlaron sobre las noches y lo que
sus hombres les hacen, creí que Pía se iba a romper en mil astillas. Le
temblaban las patas de lo ofuscada que estaba.
Carmela: Pues fue
muy divertido. No puedo imaginar esas cuestiones de las que hablan, sexo le
dicen, pero suena tan fascinante...
Angelines: Pues
yo sí que lo he visto, no en vano durante unos años fui silla de alcoba.
Carmela: ¡Ah,
pillina!¡Qué suerte la tuya! Yo siempre fui asiento de comedor, mi único viaje
fue cuando me sacaron aquí fuera... Anda, cuenta, cuenta... ¿cómo es eso del
sexo?
Pía: ¡Ah, no!
Haced el favor de dejar el tema, no seáis indecentes, que bastante aguanto yo
con esas y sus chismes.
Julia: ¡Calla,
Pía! Si no quieres oír tápate los agujeros de la carcoma, pero déjanos charlar
a las demás. Cuenta, Angelines, que la
cosa tiene su interés.
Angelines: Pues
se retuercen entre las sábanas como la hierba alta en el campo cuando el viento
la azota sin piedad. Y suspiran mientras se hablan en susurros con voces
extrañas, como si en el lecho no hubiera dos sino muchos otros. Y tiemblan,
agitados, igual que lo hacen las hojas de los olmos animadas por las brisas de
otoño...
Pía: Calla ya,
Angelines, por favor...
Angustias: Lo que
daría yo por cimbrear de esa manera mis ajadas maderas...
María: ¡Callad,
callad, que ahí vienen! A ver con qué historias nos deleitan esta soleada
tarde. Seguro que el fin de semana las ha dejado con ganas de hablar. ¡Resiste,
Pía! ja,ja,ja,ja...
Julia, Angelines,
Carmela, Angustias: ja,ja,ja,ja...
Autoría: Argiñe Areitio.
¡Genial el relato, Argiñe, dando vida a unos objetos cotidianos (las sillas), que dejan de ser insensibles e inanimados y comienzan a charlotear como sus dueñas!
ResponderEliminar¡Si los objetos hablarán !
ResponderEliminarUn relato estupendo Argiñe Esa forma de buscarle a la idea otra fórmula hace las historias mucho más interesantes
La retranca que has metido en la historia es buenísima. Imprimir ese tono "picantón" en boca de unas sillas no tiene precio.
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