Corrían los años 50

Tiempos difíciles para una tierra herida con cicatrices abiertas. Mentes doloridas con esperanzas de futuro. Sueños atrevidos para una juventud inquieta, dispuesta a pasar página sin llegar a olvidar el pasado.

  Recuerdo una mañana de agosto. El día amaneció en silencio, tan solo el gallo se atrevió a cantar ante un cielo gris amenazante de lluvia. Un calor pegajoso humedecía mi vestido raído pegado al cuerpo. Unas alpargatas de esparto calzaban mis pies lacerados de tanto caminar por senderos empedrados.

  El reloj de la iglesia acababa de dar las once y me dispuse a ir andando, desde la Gran Vía de Sestao a la plaza del mercado de Abastos en Baracaldo. Único medio de transporte en aquellos tiempos. Iba caminando ligera hacia Urbinaga; un barrio habitado por gente obrera. Un paso de entrada para miles de trabajadores que se dirigían diariamente, hacia las fábricas.

  Crucé Simondrogas; un barrio muy populoso, en los arrabales, por donde se accedía entre atajos al mercado más próspero y más asequible, para el deficitario bolsillo de una gran mayoría de las familias de la época. Pasé la pasarela sobre el río Galindo y llegué a Lasesarre, dispuesta a comprar varios alimentos inexistentes en los ultramarinos de nuestra zona.

  De vuelta a casa, cargada con mi bolsa de tela llena de productos adquiridos a buen precio, me sentía pletóricamente feliz, deseando llegar a mi buhardilla donde me esperaban tres luceros que la vida me había regalado. Al cruzar una de las calles que me acercaría de nuevo al río, dos guardias civiles me echaron el alto, y sin ningún respeto ni educación, irónicamente, uno de ellos me ordenó secamente:

   -Venga con nosotros al cuartel, señora.

  Sentí que mis piernas temblaban, un sudor frío recorrió mi cuerpo, atónita y presa por el miedo pregunté en voz baja:

  -¿Por qué?

  -Señora ¿No se da cuenta de que va medio desnuda?

   -¿Yo? respondí a punto de llorar. Mis ojos recorrieron mi cuerpo rápidamente, mi vestido de manga larga y abotonado hasta el cuello estaba intacto, mis pies calzados, en la mano, el pañuelo que hasta horas antes había recogido mi cabello y el calor me había obligado a quitar. No entendía y miré tímidamente a uno de los polis.

  -Si señora, va usted sin medias. Existe un decreto donde las mujeres han de ir decentemente vestidas y eso implica también a llevar medias. Por lo tanto, ha de pagar una multa de dos pesetas.

  -Haga el favor de acompañarnos.

  Mi voz se ahogaba en la garganta. Lentamente con la cabeza gacha me vi conducida hacia el cuartelillo, escoltada por la guardia civil. En aquellos momentos, fui incapaz de pensar en nada que no fuera en mis tres hijas, solas en la casa, sin comer y ya iba a dar la una; llevaba una hora raptada y no tenían intención de soltarme si no pagaba la multa.

  -Dios mío, por favor, suplique llorando: no tengo ese dinero, he venido hasta aquí para ahorrarme unas perras, tengo a mis niñas solas, tengan compasión de mí. Hacía mucho calor, tenía las medias rotas, solo he venido a la plaza.

  -Se lo ruego déjenme salir.

  Lloré desesperadamente, no podía entender que me tuvieran allí sin que nadie me escuchase, ni entrase en razón. Eran las tres menos cuarto cuando un alto cargo vestido de calle, harto de oírme llorar, entró en la celda y ordenó a los guardias que me dejaran marchar sin más.

                                                             © Pilar Zurro

Gaztelaniazko Prosa 1. 1º Premio Prosa Castellano 2019

3 comentarios:

  1. Purificacion Minguez Losua17 de noviembre de 2020, 22:03

    Volver a leerte Pilar es un regalo para la vida.
    Recuerdo el premio tan merecido y tu sonrisa.
    Gracias por el relato.....y por todo lo demas.

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  2. Muy agradable lectura. Nostálgica. Nos lleva a tiempos pretéritos muy tristes pero que estuvieron ahí. Y fantásticamente relatado.

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  3. Aquellos tiempos en los que la dignidad iba siempre arrastrada, tal vez por ello era tan fácil pisotearla, sobre todo para quienes tenían gruesas botas en vez de alpargatas... Parece algo lejano y sin embargo no fue hace tanto tiempo... Nos has traído muchos recuerdos, Pilar

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