Descanso robado

 

“Poco después de la guerra civil, un brote de cólera se había llevado a mi madre. La enterramos en Montjuic el día de mi cuarto cumpleaños. Sólo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el cielo lloraba le faltó voz para responderme.”

 “LA SOMBRA DEL VIENTO”  Carlos Ruiz Zafón     Año 2001

Domingo, a las doce horas y veintisiete minutos exactamente. Me he sentado delante de mi ordenador, con la gran idea de escribir un pequeño relato, pero no hay forma. No sale nada.

Quizás sea ésto lo que llaman el “síndrome de la página en blanco”, no lo sé, pero ciertamente es muy incómodo, y cuanto más vueltas das a la cabeza, peor.  Buscas algo, alguna idea o tema que te motive, y tratas de desarrollarlo mentalmente; a continuación lo desechas. No le ves la forma, o la continuidad en el papel, a ese pensamiento que ha cruzado como un cometa por delante de ti y ha desaparecido; sólo queda esa estela que va diluyéndose sin ninguna consecuencia.

 ¡Sí!, ¡Sí la tiene!, me corrijo, ¡estás aún peor que antes de que sucediera tal evento cósmico!

 Siguiendo con el síndrome, he leído por ahí, publicaciones de “alto rigor científico” como wikipedia, para ver la solución. Como lo sabe todo, me lo ha dicho, y por eso, me lo aplico: “Lo más efectivo para superar este bloqueo es escribir, de lo que sea, pero escribir”. Me quedo perplejo, si no tengo nada sobre qué hacerlo, ¿qué es lo que voy a poner? Pero si la sabia digital lo dice, hay que hacerla caso y quitar ese blanco como sea. Es en lo que me afano ahora intensamente.

 Antes de sentarme he pasado por delante de mi biblioteca y de reojo, he visto el libro. No sé muy bien porqué, me ha trasladado unos días atrás, la mente tiene sus propias normas y no voy a tratar de descifrarlas ahora. No tengo la mañana para profundidades psicológicas. A ver, que me desvío del tema; vuelvo exactamente al primer día de Noviembre, esa es la fecha.

La imagen que asocio es la del cementerio, festividad de Todos los Santos al mediodía, más o menos a esta hora. Es una fecha triste, todos lo sabemos, porque todos tenemos a alguien allí que nos espera. El que se fue antes de lo debido, remordiendo conciencias por no encarar aquella conversación que quedó pendiente. El que no entendió por qué nadie acudía a visitarle; sólo quería decirle a su hija “que las enfermeras se habían vuelto locas, que se disfrazaban de astronautas”; pero ella no llegaba, y decidió morir de la misma forma en la que se encontraba; solo. O el que espera paciente a que llegue ese día en el cual le rindamos cuentas. De todo hay.

A pesar de la neblina melancólica que lo inunda todo esa jornada, tengo el recuerdo de una mañana en la que charlas con antiguos vecinos, amigos y familiares, a los cuales sólo ves muy de cuando en cuando. El camposanto se llena de gente que charla animada y ríe, entre abrazos y besos acarminados y olor a colonia pegajosa. Imagino a nuestros  antepasados felices, rodeados de alegría y bullicio; para tranquilidad tienen días de sobra.

Sin embargo, también recuerdo años atrás en los que, aún manteniendo esa emoción a la que antes me refería, la solemnidad entre los túmulos era bastante mayor que hoy en día. El sentimiento sobre lo que representa la muerte era más hondo, más… no se como decirlo, más ancestral. Todas las civilizaciones han reverenciado el hecho mortuorio: pirámides, dólmenes, panteones, muchas formas diferentes, que el hombre ha necesitado para dar sentido a algo que no entiende ni puede evitar.  Se mostraba un gran respeto por los que nos precedieron, casi reverencial; de una forma diferente, pero seguían estando ahí, siempre.

En la actualidad, percibo una metamorfosis social sobre éste asunto. Tengo la sensación, desde hace ya varios años, de querer obviar la muerte en nuestro tiempo. No la queremos cerca, eso es algo natural, y supongo que la mayoría de la humanidad lo comparte. El problema está en que hacemos como si no existiera. Hemos educado a nuestros hijos distantes de ella, protegidos, lejos de la enfermedad del abuelo, y ausentes en su funeral, “para que no sufran”. El sufrimiento es parte de la vida, nos ayuda a cerrar ciclos; a saber agradecer y valorar compañías que ya no estarán, pero nos acompañarán. Si no lo hacemos así, seremos individuos medrosos e inseguros.

 Al menos así me lo parece; es una opinión y, como cualquier otra, no libre de estar equivocada.

 El día uno de Noviembre del año dos mil veinte, al mediodía, en el cementerio, fue diferente.

Prácticamente vacío; con flores sí, pero sin visitas. Tampoco hubo responso, ni misa.

La alerta por la enfermedad que hoy todo lo impregna, también aquí se aplicó por la autoridad competente.

 Me quedó una sensación pegajosa en la boca, como barro húmedo que te impide hablar, y que al final tragarás. Nunca sentí algo así.

 Ya a la salida me volví para despedirme de ellos. En mi interior se cocía una rabia inmensa.

El virus no sólo había robado sus vidas, también su día de encuentro con los suyos. Quizás el único  durante un año.

 En un lado del camino, una pequeñísima bola se burlaba a nuestro paso. Entre tanto, dirigía sus antenas hacia una anciana que caminaba torpemente junto a su cuidadora. 

 A continuación, un joven empleado municipal con una mochila cargada a su espalda, apuntó hacia ella y disparó.

Autoría: Alberto Ereña

5 comentarios:

  1. Un final con buena dosis de inquina, que como lectora comparto

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  2. Purificacion Minguez Losua17 de noviembre de 2020, 8:48

    Es un relato extraordinario. Me he preparado otro café y mirando el paisaje desde mi ventana lo he vuelto a releer.
    Todo el relato discurre a la vez que mis sensaciones. Emparejandome al texto.
    Extraordinario efecto que solo me producen las buenas lecturas.
    Le añado también la hora intempestiva en la que lo leo, y aún así me demoro en la rutina, para saborearlo. Hoy el día será distinto. Esa es la magia de la escritura.


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  3. Muchas gracias. Me alegro que os haya gustado. Triste y realista, pero he tratado de darle también optimismo; no debemos dejar que ésta situación nos condicione aún más de lo que ya lo ha hecho.

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  4. Estoy contigo Alberto, queremos evitar la muerte a toda costa, y lo cierto es que no podemos, forma parte de esta vida a la buenos aferramos con uñas y dientes. Esa muerte que pone todo en su sitio... ni veneración ni olvido, cada cosa en su sitio. Invitas reflexionar, eso siempre está bien en un escrito.

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  5. Buena apreciación. Ni veneración ni olvido.Asi es.

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