Sopesó reflexivo el peso del pañal,
calculando si podría moverse en equilibrio sobre los dos pies, o si sería menos
fatigoso arrastrar el mojado accesorio adherido al final de su espalda. Optó
por la antigua técnica, más cómoda, de
apoyar las manos en el suelo. Nunca le había fallado a la hora de atravesar
grandes distancias, aunque también era cierto que esta técnica empezaba a estar
en desuso, por ser poco productiva. Le vino a la mente, con gran pesar, la
imagen de una Belinda obligándole a miles de equilibrios, explicándole muy
despacio, que si alguna vez pudiera sujetarse sobre las dos piernas, lograría
con las manos alcanzar la galleta que ella sostenía, por cierto, cada vez más
lejos. Y que le obligaba a dar unos vacilantes pasos, con el consiguiente
peligro. No pocas veces había dado ya con los huesos en el suelo, sin que
Belinda ni siquiera pestañease, quitándole importancia al trompazo y posterior
llorera.
Por el pasillo, en su avance, se
asomó por la puerta entreabierta al oír la voz de su madre. Hablaba al aire,
como siempre. Rafael ya estaba cansado de buscar por toda la habitación a esa
amiga de mamá. Al final había llegado a la conclusión que hay personas que no
existen y que simplemente su madre imagina, hasta el punto de hablar con ellas
horas y horas. A él siempre le dicen que es muy tonto por jugar con su peluche
¡Lo que hay que oír! ¡Ellos le hablan a un trozo de plástico y se creen muy
listos!
-¡Rafael! ¿Cómo has bajado de la
cuna?
La voz de su madre saltó de la
alarma a la queja, volviendo al dialogo con la interlocutora de turno.
-¡Qué te voy a contar de nuevo que
no sepas, chica! Su padre está harto. Este chiquillo no para con los enchufes. No
soporta nada encendido. El otro día le reseteó a Marta el Iphone XI y la semana pasada le formateó el
disco del portátil de bolsillo. Viene una generación preparadísima
- No te enredes en mis pies, Rafa,
me harás caer. ¡Este niño!- continuó- No
hacemos carrera con él.
Un peluche voló por los aires y el niño
lo recogió con algo de desgana. Sospechaba hacía tiempo que simplemente era un
espía traidor. Algo en el interior del
afelpado animal avisaba a Belinda de su localización, cuando salía a explorar,
los dominios duramente conquistados de la casa. También era cierto- recordó
Rafael- que en ocasiones había evitado la tragedia, cuando La Diligente
Celadora aparecía justo un momento antes de la caída, del tropiezo. O
simplemente le alejaba de los rincones oscuros, que aún no había colonizado.
Altamente peligrosos, dada la ligereza de Belinda en aparecer, para acogerle
entre sus brazos.
Ya casi podía ver la rendija semi abierta
de la cocina. Un dulce olor a galletas, inconfundible, le animó a atravesar la
peligrosa distancia que implicaba aventurarse a pasar por delante de la puerta
de Marta La que oficialmente, si había un público receptivo, se presentaba como
su amantísima hermana, no era otra cosa que un invento infernal, carente – se lamentó
Rafael- de interruptor. Intentaban evitarse por todos los medios, con escaso
éxito por ambas partes (Rafael a esas alturas sospechaba que la antipatía era mutua) Hoy todo parecía
tranquilo en los aledaños al Reino de la Santísima Queja como había decidido
llamar a ese tramo de la casa. Resultó un espejismo.
-¡Mamá!- clamó Marta- El pigmeo se
ha salido otra vez de la cama. ¡Yo no puedo hacerme cargo siempre de él!
Cómo si eso alguna vez hubiera
ocurrido- pensó el niño-
-No encuentro desde ayer el mando de
la Play- continúo Marta con adolescente furia-¡Seguro que lo ha escondido vete
a saber dónde! Qué ganas tengo que se haga mayor, se vaya a la universidad y
nos deje tranquilos- repitió en rabiosa letanía - dando vueltas al colchón en
busca del aparato
Rafael no se achicó ante la
profecía, que en cierto modo también deseaba. Con toda la capacidad de un mimo
entrenado la hizo ver, con el anular levantado, lo mucho que apreciaba su
comentario, Ella pareció no entender el mensaje. O quizás sí, porque depositó
una rosquilla, con gran puntería y una inquietante sonrisa de esfinge, en la
base del pequeño dedo infantil. Acompañada de un susurrante Ya
nos veremos las caras, monstruito que no auguraba nada bueno.
Salió a toda prisa de la zona de
peligro, rumiando rosquilla y ofensa a partes iguales. En su mente se empezó a
fraguar una venganza que incluía las palabras Play, Iphone, Portátil y horarios
de recogida de basura. Agrupadas todas en un único pensamiento.
Cuando llegó al soñado destino
Belinda (que parecía tener ojos en la nuca) se giró Se había pintado la cara
con figuras de chocolate, que incluían un reno y un gnomo con el gorro de color
de las fresas que tanto le gustaban Ella era además la única capaz de sujetar
con el labio superior a modo de bigote azucarado ese churro rubio y crujiente.
Tan caliente, que se podía aún ver una pequeña voluta de humo, debajo de la
nariz.
Hizo un puchero Era la manera
habitual - ella lo sabía- de darle los buenos días. Belinda contestó a su vez
como siempre. Cantando, con la más dulce voz, su canción preferida, mientras le
hacía girar en el aire, tan alto como el columpio del jardín.
No lo muevas tanto Belinda- dijo la
madre, asomada a la puerta con ojos temerosos-Se mareará.
Con tanta risa le saldrá hipo –
replicó el padre, a punto de salir por la puerta al trabajo-
Marta, callada por primera vez en su
vida, solo mostraba una pequeña humedad en la mirada, quizás recordando su
infancia, no tan lejana, con la misma melodía.
Sonaron los móviles.
-¿Es el tuyo?- preguntó el padre-
- No, tonto, es el tuyo- aclaró la
madre
- Quizás sea el mío- concluyó marta-
saliendo escopetada hacia su cuarto
Un segundo después Belinda, con un
gesto, apagó el dispositivo multillamada que ocultaba hábilmente en el mandil
-Por fin solos Rafael- dijo Belinda-
Dos burbujitas en forma de si se
dibujaron en la boca del niño, que admirado, creyó entrever un pequeño parpadeo
imposible en la cara de su cuidadora. Rafael, sintiendo el habitual escalofrío
que siempre le recorría la espalda, la
estampo un beso húmedo en la acerada mejilla; lamentándose de nuevo para sí.
“Qué lástima que Belinda sea
enteramente de metal”
Autoría: Purificación Mínguez.
Creo que ésta ficción será realidad en breve y que acabaremos dejando al cuidado de las máquinas nuestras vidas; ya es así en muchas cosas y cada vez más. Gracias Purificación porque con éste magnífico relato de un día cualquiera en un hogar cualquiera nos adviertes de lo que estamos haciendo.
ResponderEliminarY ese niño, protagonista que con sus pensamientos nos va relatando el entorno familiar... Es bonito tratar de ponerse en la cabeza de alguien tan pequeño.
ResponderEliminarCosas de casa. Una rutinaria escena entre balbuceos.
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