Tradición

 

Sentado junto a la mesa del salón, observaba por el ventanal como el día gris peleaba sin éxito para salir adelante entre las nubes oscuras, que colonizaron el cielo hacía ya varios días.

La nieve caía despacio en grandes copos poblando la barandilla del balcón, haciendo equilibrios imposibles por quedarse asidos a ella en vez de precipitarse hasta el suelo, en donde serían mancillados con las pisadas de los transeúntes que en buen número dirigían sus pasos hacia los comercios cercanos. El Olentzero y los Reyes Magos ya habían anunciado en una entrevista conjunta en ETB que no había problemas para su llegada; se habían realizado ya las pruebas sanitarias pertinentes y todos eran negativos. Por supuesto, Mari Domingi y los pajes reales también se sometieron a ellas con el mismo resultado, e incluso dudaron si hacérselas a los animales. Puestos al habla con Osakidetza, les informaron que no era necesario, ya que el estado de alarma no afectaba a los animales, y menos a los suyos, que vivían aislados en la montaña y en cuadras reales en donde el virus no tenía acceso.

 Desde niño sentía estos días como algo especial. Su madre se afanaba para que la cena de Nochebuena estuviese a punto para las nueve, y para que en la misma no faltasen unas gambas custodiadas por unas quisquillas que a su padre le encantaban. Indispensables en la mesa, las finas rodajas de pan con foie gras, el paté o no existía o no llegaba a casa, con un par de anchoillas en la cumbre; delicioso. Varios entremeses más dejaban paso al cordero y la merluza en salsa; lo que sobraba para mañana. Y lo imprescindible, la compota; sin ella no había Fiestas. Bien cargada de peras acompañadas con orejones e higos pasos, con canela y uvas que nadaban en vino calentito, facilitando una digestión nocturna que se anunciaba dura después de la ingesta sin conocimiento de turrón.

 Meditaba cómo, tantos años después, el arraigo de las tradiciones seguía aferrado en su interior cual alma paralela e indisoluble con la original; lo más probable es que una haya modelado a la otra sin darnos siquiera cuenta del proceso y convivan en el mismo hueco que el corazón reserva para ellas.

No sabía si él lo habría logrado con los suyos; inculcarlas como con él hicieron poco a poco. Por otra parte dudaba si era bueno o no condicionar en cierta forma otra vida, pero ya no había remedio, su hijo y su hija eran ya mayores y no existía la posibilidad de resetearles. 

Se levantó despacio maldiciendo a su pierna dolorida hacia la puerta; el timbre sonaba con insistencia.

- “¿Qué tal aita? Me ha dicho ama que andabas cojo; seguro que es la humedad. Como no podrás poner el Belén éste año hemos venido Iker y yo a montarlo, dice que quiere ayudar a aitite”

- “Sí aitite, el nuestro ya le hemos hecho. Y los Reyes lejos del portal, como tú dices, porque todavía faltan días para que lleguen; cuando voy a dormir les muevo un poquito hacia adelante”.

 Autoría: Alberto Ereña

4 comentarios:

  1. Purificacion Minguez Losua14 de diciembre de 2020, 7:57

    Un texto hermoso. A veces parece que las costumbres no calan en el transcurrir del tiempo. Pero la navidad tiene la magia de rescatarlas.
    Estaríamos perdidos sin el faro de nuestros rituales

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  2. Si, además, a mi me ocurre algo parecido. Muy prenavideño. Gracias Alberto.

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  3. Las Navidades hace tiempo que han perdido su personalidad religiosa para instalarse entre nosotros como una costumbre con la que disfrutamos mucho. Aquí recoges muy bien ese espíritu navideño "ateo".

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  4. Muchas gracias. La interpretación de la Navidad y lo que a cada uno/a nos recuerda, es tan variado como lo que traigamos en la mochila. Así me lo parece.

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