Tarde

Querido amigo. Te escribo tarde. Quise enviar esta carta tantas veces. Parece hoy distinto el acto de coger la pluma, que pienso yo que así la llaman porque hace volar las letras, aunque nos engañen con la prosaica historia de gansos y patos.

Te escribo tarde por abandono, tan fácil es ponerte algún mensaje corto, con cualquier emoticono que para nada expresa un pensamiento único, como estas líneas lo expresan, aunque te escriba tarde.

Te he seguido, durante estos años. Agazapada en la red que construimos para aislarnos, sin saber que el destino nos deparaba la ausencia de encuentros; tanto ahora deseados, como ayer resueltos en un solo clic, camino hacia el éter. ¿Nos alejamos por eso? Simplificamos el mensaje y yo no pude decirte que ese día los zapatos me apretaban tanto, que tuve que parar en el banco. Aquel donde gastábamos nuestra bolsa de pipas. Discutiendo si de vaqueros o de romanos, porque las películas de amor no nos gustaban. Y que a pesar del dolor de mis pasos, encontré consuelo recordando ¡Cómo voy a decirte eso y que lo lea un tal Ramón! o Luis, o Genoveva que me has dicho que te sigue. Aún me asombra que eso no te asuste. Cientos de amigos. No se puede competir con eso. Así que te envío de vez en cuando un “me gusta”. Pero no. No soy sincera. Yo no hubiera elegido ese día las compras por Harrods o Liberty que supongo a estas alturas filiales de Amazon. Yo hubiera vuelto contigo al museo, un lunes cualquiera, a copiar ese azul de Zubiaurre en la retina y salir después con los ojos teñidos de añil hacia el sendero del parque que lleva al estanque ¿Te acuerdas? Hoy el museo está cerrado; aunque ya dijiste por la red, que lo habían solucionado creando una visita guiada, haciendo así más cómodo y accesible el arte. Cientos de me gusta lo corroboraron. Y me hice más pequeña y no quise replicaros. ¡Sois tantos! Pero como explicar lo inabarcable a quien cree que puede contenerse todo en unas pocas pulgadas. Ahora ya, obligados, añoramos los espacios que aprendimos a rehuir. Y nos parece todo una aventura. La esquina de aquella terraza. La acera menos concurrida, el sendero más alejado. La cola del estanco como yonkis legales, la del ambulatorio como ilegales, mendigando salud a gente de mirada huidiza, que ya nos da por perdidos.

Pero todo esto te lo escribo tarde, cuando ya nada importa que coche nuevo estrenes, ni importen los anuncios, los carteles, las leyes, los discursos, los métodos, los modos, los abusos. He subido hasta la iglesia en honor a ti y las velas temblaban presas del metacrilato, junto a otras; en espera del aviso que a través de una ranura, las despierte del letargo. Ni una sola oración en los carteles, solo un mensaje “no se admiten monedas menores de un euro” y una dirección de correo para cualquier gestión.

No pude poner nombre a la ofrenda. Todos somos ahora anónimos, quizás porque nos escribimos tarde y olvidamos quien éramos. Olvidamos reconocernos en el otro, ávidos de ser nosotros mismos por encima de cualquiera.

Sigo escribiendo. Tal vez un poco tarde. Me acostumbré a ser breve. La poesía breve, apenas unas líneas que contengan palabras convulsas, cóncavas, cónicas, desconocidas. El relato breve, para no cansar a los lectores ansiosos de saltar a otra cosa. Los cuentos breves. Con moralejas simples, de Perogrullo, no vaya a ser que crees polémica. La canción como un slogan “solo el estribillo, por favor, que lo demás no se me queda “

Ahora tenemos tiempo, aunque aún no nos hemos hecho a la idea y lo malgastamos intentando que nos devuelvan a la vorágine, rogando que nos permitan perderlo en prisas y urgencias impostadas, para seguir sintiendo que pertenecemos al grupo.

Hay quien rencoroso, culpa. ¿A quién? Ni él lo sabe, pero alguien ha de ser culpable. Y se retuerce en la red, envenenando el mensaje.  Esa red que construimos y ha logrado, amado y perdido amigo, que hoy te escriba tan tarde.

Autoría: Purificación Mínguez.

2 comentarios:

  1. Fantástico, Purificación.
    Vaya baño de realidad y tirón de orejas.
    Es una carta tardía y a la vez impecable.
    Gracias.

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  2. Cuántas palabras se quedan atrapadas en nuestro interior, cuantos sentimientos sin aflorar, sin llegar a su destinatario. Las cartas escritas nos permiten sacarlos, exponerlas con tranquilidad y sin interrupciones. Por eso las cartas son algo tan cercano al corazón y tan íntimo.

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