The End

Se apaga la luz de forma gradual mientras la gran pantalla copa protagonismo. Se apaga la luz y mi cuerpo parece fundirse con el asiento, desaparece casi por completo. La respiración se ralentiza, soy todo oídos y ojos. Solo eso. Ya no soy yo cuando se apaga la luz.

Ahora soy otra, en otra vida, en otro mundo, en otro espacio, rodeada de personas nuevas. Estreno frases, compongo situaciones, sonrío o me río a carcajadas, atraco un banco, me enamoro del chico, lloro y cambio de nombre, desayuno en el restaurante de la esquina, me echan del trabajo, me tiño el pelo de colores, corro por las calles de Nueva York o paseo por la Castellana, por un paisaje lunar, por un bosque encantado, por un espacio estrellado en el que el silencio es eterno...

Son dos horas de muerte dulce, una deliciosa pausa. No soy yo. Adiós a la rutina, a las caras habituales, a la lluvia cansina, a los nervios del trabajo, al sueño del lunes, a la apatía de los miércoles, a las comidas en el táper, las carreras para recoger a lo niños, las compras en el súper, las cenas bajo la fluorescente...

Durante dos horas mi cuerpo no responde a los estímulos, funciona en automático, respiro pero no me doy cuenta, lo he abandonado, como si levitara en otro universo. Porque mi mente se deja llevar por el guion, animada por la oscuridad, envolvente y acariciadora. Ya no soy una espectadora, no, soy parte de cada fotograma.

Y cuando parecía que todo iba sobre ruedas, que el atraco iba por buen camino, el chico me declaraba su amor y en el espacio silencioso titilaban las estrellas, lejanas y ajenas, entonces, cuando más convencida estaba de que mi vida no era mi vida si no que la había cambiado, que estrenaba un nuevo camino; entonces, digo, las luces se encienden y, como si una cuerda tirara de mí con fuerza inusitada, incluso con brusquedad, retorno a mi cuerpo, vuelvo a mi realidad. De nuevo soy yo.

Mientras abandono la sala, la moqueta absorbe con ansia el sonido de los pasos. Tal vez sea por ello que los pensamientos intentan escapar, como si ese andar amortiguado les diese alas, como si mi mente siguiera atrapada en esa vida inventada. Pero el frío de la calle me abofetea inmisericorde, acalla rumores y me baja los humos. El ruido de la ciudad me alcanza. Y aunque sé que este es el mundo real, mi mundo, me parece que aún floto suspendida en otra dimensión. Me cuesta reubicarme. Suspiro y sacudo el polvo de estrellas adherido a mis hombros. "Esto no es una película –le digo a mi otro yo– la magia ha terminado".

Autoría: Argiñe Areitio.

7 comentarios:

  1. Purificacion Minguez Losua17 de enero de 2021, 21:13

    Que bien escrito Argiñe Me ha encantado. He tenido esa sensación muchas veces y está perfecto

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  2. Y yo también, cómo me ha gustado leerte. Gracias.

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  3. La magia termina cuando acaba tu relato Argiñe. Que corto se hace.
    Una maravilla.

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  4. Maravillosa descripción de la magia del cine, Argiñe. ¡Cómo llega a transportarnos a sus mundos de ficción con un realismo que supera, muchas veces, las sensaciones más vívidas del mundo que nos rodea!

    Hay quienes lo descubrieron con los libros, pero el milagro del cine está al alcance de toda la población y lo audiovisual envuelve más sentidos.

    ¡Gracias por el relato, Argiñe, ha sido como una película!

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  6. Eskerrik asko a todos!! A mí el cine me apasiona, me envuelve y me absorbe. Me alegra que os haya gustado.

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