No era fácil ver en su casa a Ignacio Elorza Amondarain.
Su esposa, Lucía Etxebeste Markoleta, y Andoni, el hijo de ambos, ya estaban
acostumbrados a las ausencias de su padre.
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Aún sin cumplir los diecisiete años, Ignacio se presentó
en la obra que posteriormente alumbraría el frontón de Murgía y dirigiéndose
directamente al encargado de la misma, le preguntó si había trabajo para él.
El desparpajo que mostró, hizo sonreír a Eladio; aún así,
observó las cualidades físicas del muchacho, cercano al metro ochenta y bien
musculado; nada que ver con ninguno de la cuadrilla que le acompañaba en la
obra. Ojos oscuros muy finos y en continua tensión, auguraban un cerebro en
ebullición constante, normal en un muchacho joven; pero algo subyacía en el
fondo de los mismos que Eladio percibió de inmediato. Responsable de la
contratación de personal en Construcciones Bengoa C.B. y dueño de la empresa,
poseía ese sexto sentido con el cual clasificaba a una persona sólo con verla
desde el primer momento.
- Eres un poco joven, ¿no? ¿Ya sabe tu padre que estás
buscando trabajo?
- No.
- ¿Y cómo es que has venido aquí? ¿A esta obra,
precisamente?
- Ahora mismo es lo único que hay en el pueblo, y quiero
trabajar ya.
Eladio apretó un poco más al joven:
- Vamos, que si hubiera algo mejor ahora en Murgía… Por
cierto, no me has dicho como te llamas.
- Si pudiera elegir, lo haría; pero no es así. No hay otra
opción, que yo sepa. Me llamo Ignacio; Ignacio Elorza, disculpe.
- Muy bien Ignacio; haremos lo siguiente: ve a tu casa,
díselo a tus padres, después vuelves y ya hablamos; díselo a ellos primero.
- A mi padre le da igual lo que haga. Y mi madre no vive
con nosotros. - Su rostro sereno se torció con un gesto casi imperceptible que
Eladio captó de inmediato-.
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Transcurrido año y medio de aquella conversación, Ignacio
era una pieza importante en la plantilla de Construcciones Bengoa C.B.; se
adaptó a la perfección con sus compañeros y mantenía un trato cercano y
bastante cordial con su jefe, el cual delegaba en él cada vez más asuntos. Le acompañaba
a estudiar posibles contratos, y poco a poco le actualizó la facturación, la
cual cada día se le hacía más cuesta arriba por las nuevas exigencias
informáticas de los clientes.
Conocía ya a los principales proveedores de la empresa a
través del teléfono y del correo electrónico; también les visitaba previo aviso
de Eladio, que cada día salía menos de viaje. A la vuelta, le hablaba de
oportunidades y nuevas líneas de negocio, que sólo un corazón joven era capaz
de captar. “Bendita inconsciencia”, se decía y sonreía a solas después de la
reunión.
La empresa cada vez funcionaba mejor y su facturación se
incrementó considerablemente en gran parte por la aportación de Ignacio, el
cual convenció a Eladio que no sólo era interesante mantener las obras y actuar
de contratista sino que podría hacerlo también como almacén de material de
construcción para otras compañías del sector. Disponía de sitio suficiente para
ello, no en vano contaban con dos almacenes que sumaban cuatro mil metros, la
mayor parte de ellos infrautilizados. Con una inversión en estanterías para
ganar espacio hasta la cumbre, podría casi duplicar el espacio útil y hacer
compras importantes con una mejora sustancial en los precios, así le permitiría
luego vender con márgenes muy jugosos. El conocimiento de sus suministradores
habituales, así como otros nuevos de diferentes puntos del estado, gracias a
los viajes que efectuaba cada vez con más frecuencia, abonó el terreno para
hacer una realidad el sueño de Ignacio.
Diez años después de aquella primera entrevista en Murgía,
Construcciones Bengoa C.B. cambió su razón social apareciendo ya en el registro
de empresas como Construcciones Bengoa S.L.
Al día siguiente de la modificación, Eladio quedó con
Ignacio para comer en Vitoria; aprovechando que este último llegaba de su
último viaje desde Castellón, habiendo cerrado ya un importante acuerdo de
exclusividad con Porcelanosa para toda la zona alavesa.
- Quería hablar contigo, Ignacio. - Nunca se andaba con
rodeos, quería decírselo cuanto antes - Como sabes, he cambiado la razón social
de la empresa.
-Ya. Bueno, es cosa tuya Eladio, me parece bien que lo
hayas hecho. Las cantidades de dinero que se mueven son cada vez mayores, y no
es justo que todo recaiga sobre tu patrimonio si un día ocurriera algo
inesperado. También para los clientes, y proveedores sobre todo, el capital
social con el que has dotado a la empresa es una fantástica noticia, un aviso
de continuidad ratificado notarialmente. Es una buena decisión, sin duda.
- No es solamente por eso, Ignacio. - Un profundo suspiro
le acompañó cuando se acercó más a la mesa - Acabo de cumplir setenta años y
creo que ya es hora de parar; Justina me dice que muerto no le valgo para nada
y quiere aprovecharme antes de que ello suceda; que espero aún tarde un tiempo,
por cierto. Lo he hablado todo con ella, como comprenderás. Hemos decidido que
el cincuenta por ciento de las participaciones de la empresa pasarán a ti; ella
te quiere muchísimo, lo sabes, y creo que es lo justo. - Ignacio enmudeció a la
vez que Eladio continuaba con su argumentación – No tenemos hijos ni grandes
necesidades que cubrir; seguiremos formando parte de la sociedad hasta que
ambos ya no estemos, en ese momento nuestras participaciones serán tuyas, como
legado. Podríamos hacerlo ya pero Hacienda nos machacaría, tu cuenta con ello
de todas formas. Hemos dejado todo arreglado en la Notaría de Anselmo Ortíz de
Andina, al cual conoces. Luchas hasta la extenuación y trabajas sin descanso,
como si fuera tuyo. He conseguido gracias a tu iniciativa una empresa
consolidada, y será para tí.
Ignacio se casó con Lucía en la Parroquia de San Miguel en
Murgía, el sábado día ocho de Mayo del año dos mil diez tras un breve noviazgo.
No podían dejarlo mucho, el embarazo de ella era notorio y no querían hacer
pasar a sus padres por la incómoda situación que inevitablemente se produciría
si esperaban más aún. Eladio y Justina habían fallecido el año anterior en un
accidente de tráfico; su vehículo se salió de la carretera en Pradejón empotrándose
en el muro de la fábrica de ladrillos que está a la entrada del pueblo. El
conductor de un camión belga cargado con plástico, sufrió un desvanecimiento
tras catorce horas ininterrumpidas de conducción, llevándose por delante el
Peugeot de Eladio.
De acuerdo a los deseos del matrimonio Bengoa, la
totalidad de la empresa pasó a manos de Ignacio. Se dedicó a ella en cuerpo y
alma; los viajes eran cada vez más largos, y cuando regresaba, debía atender
los asuntos domésticos de la sociedad, que cada día ocupaban más parte de su
tiempo.
No era extraño ver la luz de su despacho encendida los
sábados y domingos, hasta bien entrada la noche.
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Andoni creció rodeado de ausencias; su padre no aparecía
por casa y su madre,Lucía, dedicaba su tiempo a la Iglesia y a Cáritas. Él
acudía al instituto en Vitoria durante el día, y se ensombrecía al bajar en la
parada del autobús de vuelta a casa. Su refugio eran los libros; siempre tuvo
la “cultura subvencionada” como le decía su madre. Compraba obras de autores
clásicos, con los que pasaba gran parte de su tiempo. Vacío de afectos, la
Filosofía era su pasión y siempre estaban a su lado Descartes, Kant, Goethe… y
tantos otros, que a cualquier muchacho de su edad le parecerían unos bodrios
insufribles.
Ya había reservado una plaza en la Universidad de
Salamanca para el año próximo; sus calificaciones eran espléndidas, y no había
ningún inconveniente para que Andoni Elorza comenzara el próximo curso en una
de las aulas en las que Don Miguel de Unamuno impartió sabiduría. Era como un
sueño a punto de hacerse realidad; sólo unos meses más y ya tomaría posesión de
su banco; le esperaba a él, a Andoni Elorza, se repetía. Recordaba cuando lo
comentó en casa, con temor a que sus padres rechazaran su idea por el
desplazamiento, y los cuatro años que como mínimo permanecería internado en
Salamanca. No le extrañó mucho cuando la respuesta de ambos fue un lacónico “Vale,
me parece bien. ¿Cuándo te vas?”. Andoni sintió que les aligeraba de una
carga.
A mediados del mes de Septiembre ya se encontraba
instalado en el colegio mayor anexo a la Universidad, junto a otro alumno con
el cual compartía habitación; su nombre era Gerard Laffitte. De ascendencia
canadiense, vivía con su familia en Ginebra; el gobierno suizo le había
otorgado una beca importante, como premio a su contribución para la difusión de
la Filosofía y el Latín en las aulas. Su trabajo fue reconocido en las más
altas instancias del país helvético, e incluso llegó a Bruselas; allí lo
tratarían en Comisión de Cultura como recomendación para el resto de países de
la Unión Europea. Andoni, extasiado, no podía pedir más; un compañero así era
el culmen de sus aspiraciones. Nunca hasta ahora había conocido a nadie con
quien compartir textos de Platón, Montesquieu o Sartre; largas charlas con
Gerard junto a un café ocupaban sus tardes, y a veces sus noches. De cama a
cama debatían sobre si “La existencia precede a la esencia”, hasta que
agotados se dormían de madrugada.
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El día veintinueve de septiembre, por la mañana, Andoni recibió la llamada.
-¡Andoni, tienes que venir! ¡Aita está muy mal! Coge el
primer autobús, date prisa. Estamos en el Hospital de Santiago.
Llegó a Vitoria a las once y media de esa noche y se
dirigió hacia el lugar en el que le esperaba su madre; preguntó en recepción y
subió hasta la habitación indicada. La puerta de la misma estaba cerrada;
golpeó suavemente con los nudillos y entró. Allí estaba Lucía junto a su
hermano, el tío Andrés, que había llegado desde Oyón; la cama estaba vacía,
sólo una sábana arrugada permanecía sobre ella.
- Tu padre acaba de fallecer, se lo han llevado hace un
momento.- Fué el saludo de su tío, su madre sentada en una silla no se levantó,
sólo le miró -.
Un infarto fulminante se llevó a Ignacio Elorza a la edad
de cuarenta y siete años. Los médicos lo achacaron al estrés provocado por una
vida al límite; entendiendo como tal las jornadas interminables, que le
provocaban continuos dolores de cabeza. Los ataques de ansiedad se convirtieron
en asiduos y sus visitas al ambulatorio no existían; él se bastaba para
medicarse con ansiolíticos y tranquilizantes que tomaba sin control. Trató de buscar
ayuda para la empresa, alguien que le descargara de trabajo, pero las dos
intentonas que tuvo sólo duraron unos meses; incapaces de seguir su ritmo y sus
manías, se fueron por donde habían venido dejándole de nuevo solo.
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Andoni no regresó a Salamanca; Seur se encargó de
retirar la maleta que Gerard le preparó con sus cosas. Le incluyó en la misma
un tomo reeditado de “Los diálogos de Platón”, en el cual el propio
Gerard participaba con pequeños apuntes a pie de página. Una editorial
madrileña preparó el proyecto para introducir al personaje en las escuelas, de
forma y manera que los pequeños lectores no salieran espantados; el trabajo de
Gerard consistía en dulcificar los textos y hacerlos asimilables a los más
jóvenes. Se vendieron más de veinte mil ejemplares, y ya se preparaba una
segunda edición dando más protagonismo a los comentarios; el éxito de los
mismos fue reconocido por todo el personal docente. Cuando Andoni lo recibió
dedicado por su amigo, no pudo evitar una gran congoja; sintió que una parte de
su vida desapareció para siempre.
- Tienes que ir a la empresa, Andoni; habla con Leandro.
Ya me ha dicho que te pondrá al día de los asuntos pendientes de aita. Ahora eres
tú el que debe tirar adelante con ella. Yo no me encuentro nada bien, y allí
está nuestro futuro.
“¿Nuestro futuro o el tuyo?” pensó Andoni; sin embargo, no
dijo nada.
Con la forma de llevar el negocio tan personal que tenía
Ignacio, todos los días aparecía algo que desestabilizaba a Andoni; desde el
primer momento asistía a clases nocturnas de finanzas, administración,
informática de gestión… todo lo que pudiera ayudarle para desenmarañar el
entuerto en el que se encontraba. Habló con los proveedores y les citó uno a
uno, para que le dijeran con claridad en qué punto se encontraban los pedidos
que su padre les había confiado; Leandro le facilitó el nombre de los más
habituales y de ahí fue tirando. Lo mismo hizo con los clientes, pero en este
caso era él quien pasaba a conocerles y tranquilizarles; la empresa continuaba
y les pedía un poco de paciencia al principio.
Los bancos, tres eran los principales, se ofrecieron a
ayudarle en todo lo que necesitara; en este apartado, Ignacio lo llevaba todo
bastante documentado y al ser pocos, pudo seguir los movimientos en poco
tiempo. Los saldos no eran cuantiosos, la mayoría de los pedidos a clientes se
giraban a noventa días, y disponía de una línea de crédito bastante alta que le
daba cierta tranquilidad.
Repasó catálogos de diferentes materiales, los estudió uno
a uno hasta familiarizarse con ellos en la medida de lo posible. Leandro le
explicaba lo que era un ladrillo tabiquero, caravista, tocho… y la diferencia
que existía entre los diferentes pavimentos de gres que llegaban desde
Castellón. Contrató a Piluca, una amiga del colegio que había estudiado
económicas, y delegó en ella todo lo referente a la administración y atención a
los clientes. Leandro y Piluca formaban un tándem perfecto; Andoni les dio confianza
y libertad de acción, que Leandro agradeció especialmente. En diez años
trabajando con Ignacio no pudo tomar una decisión, por nimia que fuera, sin
consultarle.
A los seis meses de su incorporación obligada a la
empresa, había logrado el control de la misma con la ayuda de sus dos empleados
que ejercían de puente con el resto de la plantilla, y de esta forma, más
liberado, pudo profundizar poco a poco en los entresijos del mercado de la
construcción. Cuando llegaba a casa, bastante tarde casi todos los días, miraba
de reojo “Los diálogos de Platón” casi enterrado entre catálogos, y
cerraba los ojos durante unos segundos en los que viajaba a Salamanca.
La empresa continuó cada año con mejores números; cambió
de ubicación trasladándose a un nuevo polígono industrial en el que construyó
unas naves modernas, muy diáfanas y con oficinas grandes y calefactadas que
hicieron las delicias de Piluca y Andrea, su sobrina. Ésta había estudiado
también económicas como su tía. Ésta le comentó a Andoni para ver si le parecía
bien que le echara una mano en la oficina, y accedió encantado. Leandro se
instaló en la parte baja del pabellón y desde allí ordenaba la carga y descarga
a los treinta y siete operarios que Construcciones Bengoa S.L. tenía en
plantilla; veintinueve más que cuando Ignacio falleció.
Andoni encauzó las operaciones de la compañía a través de
diferentes sectores de actividad, lo que le permitió diversificar riesgos y
explorar nuevos mercados que, a la postre, incrementaron las ventas de forma
exponencial.
Frecuentaba los círculos empresariales, cuna de futuros
contratos, y fue requerido para formar parte de la Cámara de Comercio de Álava
la cual llegó a presidir compaginando con su empresa. Piluca le dijo que no lo
pensara, ella estaba orgullosa de que su jefe fuera el presidente y en la
empresa no había problemas que no pudieran ser gestionados sin su presencia,
salvo algunos que ya irían resolviendo entre los tres.
La noticia le llegó a Andoni a través de Piluca. Un cliente, una gran constructora de Bilbao,
había llamado para solicitar material y le pidió que diera la enhorabuena de su
parte a Andoni, ya que había sido propuesta su candidatura para los premios Joxe
Mari Korta por su intachable desempeño profesional en Construcciones Bengoa
S.L., y lo que significaba para la Comunidad Autónoma empresarios de su valía.
Cuando se lo dijo, Andoni se rió y le pidió que no hiciera caso, que son globos
sonda que se envían como tantos otros. Al llegar a casa, de nuevo le esperaba “Los
diálogos de Platón” un poco más oculto cada vez. Pensó en Gerard, no
sabía nada de él desde que recibió el libro. Su corazón volvió a encogerse un
poco más. Descartes y Kant estaban sobre la balda de la biblioteca casi
olvidados, Andoni los cogió y los aproximó a su pecho.
El día 22 de Noviembre fué el acto de entrega del premio Joxe
Mari Korta a Andoni Elorza Etxebeste en la sede del Gobierno Vasco en
Lakua. La Lehendakari, junto a la Consejera de Trabajo, hicieron la entrega
conjunta del mismo a Andoni. Los aplausos de Leandro, Piluca y Andrea
destacaban sobre los demás por su vehemencia.
- Sólo unas preguntas Sr. Elorza, por favor. -el
presentador del evento, periodista del diario El Correo se dirigió hacia
él-. Usted tuvo que hacerse cargo de la
empresa de su padre, siendo aún muy joven, por su fallecimiento. ¿Qué le diría
hoy a Ignacio Elorza si pudiera ver lo que ha conseguido?
- Le diría: “Jodiste tu vida, aita... y de paso,
jodiste la mía”.
Los murmullos precedieron a un gran aplauso entre los
asistentes. Uno de ellos se levantó, subió al estrado y le dio un cariñoso
abrazo al que Andoni correspondió emocionado.
- Aún estás a tiempo, Andoni. Mañana comenzamos con Platón
en mi cátedra de Salamanca; quiero que seas mi invitado durante todo el curso.
-Y Gerard volvió a fundirse con él de nuevo en otro abrazo interminable que les
hizo retornar al veintiocho de Septiembre, muchos años atrás -.
Autoría: Alberto Ereña
Invitas a la reflexión, Alberto. Sin duda, muchas veces somos herederos de las consecuencias de los actos de nuestros antecesores, para bien o para mal. Tal vez debiéramos ser más egoístas, no dejarnos arrastrar por las vidas de los demás y pensar en las nuestras, en nuestras metas y deseos... Es complicado.
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