Golpea la puerta con los puños; insiste una y otra vez, nadie se asoma por la ventana. Desesperada, revuelve en su capazo, repleto de restos de galletas y de otros dulces; nunca tira a la basura las sobras del desayuno de la familia Tejedor. Pero las llaves no aparecen.
Se maldice, las olvidó en Coria, en la casa del ilustre abogado D. Críspulo Tejedor, el señorito. En el último forcejeo con él, cuando ya se disponía a salir, oyó la puerta que anunciaba la entrada de la señora, Doña Virtudes. Las llaves cayeron al suelo, y con los nervios, olvidó recogerlas; se quedarían debajo de la cama o de algún mueble.
No tenía forma de saber si mamá y la tía estaban dentro. Llamando a las casas vecinas tampoco nadie da señales de vida, parece que el pueblo se hubiera vaciado durante su ausencia.
Corre hacia la iglesia mientras los recuerdos le taladran el corazón; también la conciencia se regodea con ella. Ya le dijeron sus hermanos varones que su sitio era estar en casa, con mamá.
“Tú con mamá, María, tú con mamá... Eres la única mujer. Te corresponde a ti. No tienes derecho a irte, a dejarla sola. ¿Quién la cuidará? ¿Y si enferma? Nosotros tenemos nuestra vida, nuestra familia, nuestra mujer, nuestros hijos.”
Falta poco, unos pasos más y habrá llegado.
Dos coches, dos empleados con caras y trajes oscuros esperan charlando con la pareja de guardias; éstos, uniformados de verde. Multitud de flores, ramos y coronas de todo tipo aguardan para ser introducidos en los vehículos.
La puerta está cerrada, se oyen canciones; muy suaves, de funeral. Accede al interior de forma brusca, casi sin
aliento; dos féretros junto al altar presiden la ceremonia. Todas las cabezas
se giran hacia ella. Corre por el pasillo hacia los ataúdes; los fieles la
observan y cuchichean entre ellos.
- “¡Chsss! ¡Chsss! Maríaaa, Maríaaa. ¿A
dónde vas? Por favor, deja ya de correr. ¿Qué te pasa?”
- “¡¡Mamá!! ¡¡Tía!! Dios mío,
creí...pensaba... que erais vosotras”
Le acompañan al exterior muy sonrojadas,
pidiendo perdón con voz muy queda a sus vecinos asistentes al oficio.
- “¿Qué pasa mamá? No os he encontrado en
casa, las sillas vacías, las campanas… ¡Me he dado un susto tremendo!”
Y
alzando más la voz, prosigue:
- “¿Y en dónde está la gente? No hay
nadie en el pueblo; ni un alma. ¡Ay! ¡Todavía estoy temblando!”
- “¿En dónde va a estar la gente, hija?
¡Todos ahí! ¡En el funeral!”
- “¿Quiénes son pues los difuntos, para
tanto boato? ¡He visto al menos tres curas celebrando! ”
- “Ya te digo, Angus, que en la ciudad no
se enteran de nada de lo que pasa en el pueblo. ¡Ay, señor!”
- “¡La mujer y el hijo tonto del alcalde!
¡Los dos aparecieron en la piara de Ezequiel, el de la Avelina...! ¡Desnudos…!
¡Sí, María! Como te lo estoy contando.”
Observa a su tía Angustias sin verla. Ella
parece incómoda después de la revelación que acaba de hacerle a su sobrina.
Autoría: Alberto Ereña
¡Impresionante estampa!
ResponderEliminarMe recuerda a Rafael Azcona y al Almodóvar en comunión No descartaría un guión cinematográfico de todo este embrollo
Genial
No se me había ocurrido.
ResponderEliminarQuizás se lo podemos proponer...Ja,ja,ja.