La pantalla se empeñaba en mostrarle el mensaje: "He vuelto". Sucinto y escueto. Eran dos palabras que daban mucho por supuesto. Y a Noelia no le gustaba dar nada por supuesto.
Hacía varios meses que no sabía nada de Stuart. Al principio se habían whassapeado a diario. Luego, no sabía bien por qué, ambos habían ido espaciando los mensajes, como si no tuvieran nada que contarse, como si los lazos inquebrantables que parecían unir sus almas no fueran tan irrompibles como habían pensado. Hacía tiempo que se había diluido en el aire el eco de aquel "volveré" que él le había depositado con amor infinito en el oído. Tampoco quedaba nada del "te esperaré" que ella había susurrado. La vida continúa, no hay un botón de pausa. Él nunca insistió en su regreso, ella jamás ahondó en sus deseos. Y como un huerto mal cuidado en el que el labrador olvida las más esenciales labores de abonado y riego, crecieron las malas hierbas entre ellos, cardos aquí y espinosas rastreras allá.
Era cierto que no había conocido a nadie en aquel año largo. Ningún otro hombre había entrado en su corazón, ni siquiera en su mirada. Sus clases y el trabajo en el laboratorio llenaban sus días y se sentía satisfecha. Sonreía cada mañana, feliz, si bien sabía a ciencia cierta que en un recodo del alma una puerta cerrada con llave escondía recuerdos y sentimientos dolorosos. Aquel "he vuelto" había abierto la caja de Pandora. Ahora la puerta estaba de abierta de par en par y las sensaciones campaban a sus anchas por doquier. Le había descolocado el día camino de sus clases en la universidad. De pronto pareció que a su alrededor se elevaba una niebla densa, una barrera infranqueable que le impedía ver más allá de la luminosa pantalla. Ni siquiera era consciente de que iba en bicicleta.
No fue un golpe tremendo en sí, pero ensimismada como iba la devolvió a la realidad de manera brusca y violenta. Al llegar al final del puente una sombra se había cruzado en su camino y enredada con ella había caído al suelo. Las cosas que llevaba en el bolso se desparramaron y dieron forma a un mosaico indescriptible de intimidades al descubierto. La sandalia del pie derecho se enganchó en el pedal de la bicicleta mientras la mano derecha se aferraba al teléfono, que no soltó en ningún momento. El pelo le cubrió la cara al igual que el telón de fin de función de un teatro y no se atrevió a moverse ni un ápice, a la espera de que el dolor de una pierna rota o una mano torcida la despertara del trance.
Unos dedos suaves le retiraron el pelo con una suavidad extrema, temerosos, tal vez, de romperla en mil pedazos.
- ¿Estás bien?¿Te has hecho daño? –le preguntó la voz de aquel joven.
Autoría: Argiñe Areitio.
La cosa se anima, Argiñe. Le has metido más emoción.
ResponderEliminarMás gente en la historia y una caída en la bicicleta.
A ver como acaba ésto. Lo has dejado emocionante.
De eso se trata, ¿no? a ver si alguien ese anima y recoge el testigo... ¡Ánimo!
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