Sillas vacías IV (continuación)

La noche anterior, la luna asomó sin prisas, como si estuviese enferma de ictericia, amarilla como la cera de una vela de difuntos. El humo del cigarro que se estaba fumando se elevó, en cambio, raudo, al tiempo que ejecutaba una danza alocada y construía espirales sin ton ni son. A pesar de la luz brillante de la luna y de la punta del cigarro, que con cada aspiración ansiosa se encendía incandescente, su rostro permanecía resguardado por las sombras nocturnas.

Las chicharras habían comprendido a la perfección lo que estaba pasando, por lo que el silencio reinante era total, la mortaja perfecta para el soniquete apagado de los murmullos y rezos que por lo bajini entonaban las mujeres mientras los hombres, ajenos a los lloriqueos programados de las plañideras, levantaban el codo y hablaban de sus cosas.

Sentado bajo el árbol había observado sin ser visto las idas y venidas de todos los vecinos desde que descubrieran los dos cuerpos. Menos mal que Josefa había pasado junto al cercado de los cerdos de Ezequiel, porque por un momento había llegado a pensar que nadie los encontraría y que los cerdos terminarían comiéndoselos, convertidos en un insospechado manjar. Hubiera sido una lástima, porque estaba seguro de que los gorrinos no habrían dejado ni el hueso del dedo meñique de aquellos dos mequetrefes, lo que habría estropeado sus planes. Y se había tomado demasiadas molestias como para que eso sucediese.

Los gritos de la Josefa alertaron a los más cercanos a eso de las tres y media, antes de que los chismes entonaran la tarde en las sillas que se resguardaban en el frontón. Ese no fue día de cháchara, pero vendrían otros y habría, sin duda, mucho de qué hablar. Y comenzaron las idas y venidas, las carreras y las voces de asombro. Luego hizo acto de presencia el Braulio, serio y muy puesto en su papel, con el bigote sereno y el tricornio bien calado. Interrogó a Ezequiel, quien  no dejaba de dar vueltas a la boina entre las manos. Le veía negar con la cabeza, juraría que incluso se puso a lloriquear en un momento. Le hubiera gustado estar más cerca para verlo.

El Fino vino enseguida, le avisaron el primero, como no podía ser de otra manera. Él no flaqueó en ningún momento. Lástima. También es verdad que, conociendo como conocía al alcalde, su reacción había sido la que debía ser. No destacaba, precisamente, por su empatía ni por las demostraciones de amor o amistad. Ahora que lo pensaba, no entendía cómo había llegado a ser alcalde. Pero bueno, daba igual, porque el resto del plan urdido por él había salido a la perfección.

El funeral había sido a las 19:00 h, como siempre. Él también había asistido, no quería levantar sospechas contra su persona. Le pareció que el Fino, sentado solo en el primer banco, sudaba más de la cuenta. Lo mejor vino cuando salieron tras la ceremonia y llegó el Braulio acompañado de aquel cabo jovencito a quien no conocía. Se habían llevado detenido al Fino, ni siquiera pudo ir al cementerio a enterrar a su mujer y a su hijo. Los corrillos de vecinos, enmudecidos en un principio, se desbordaron entre cuchicheos y murmullos en cuanto el jeep de la Guardia Civil abandonó la plaza.

Sintió una punzada de placer, casi pudo paladear el sabor de la dulce victoria. Haber usado los cartuchos y la escopeta del alcalde para volarles la cabeza a aquellos dos había sido, sin duda, una decisión acertada. El Fino lo iba a tener difícil para quitarse de encima la acusación de asesinato y él, con un poco de suerte, podría cumplir así su deseo más íntimo: ya que le negaron la entrada en el cuerpo de la Benemérita, iba a ser un asesino en serie. De hecho, ya había elegido a su segunda víctima. don Críspulo. Le pareció del todo irrespetuoso que le lanzara aquella sonrisa lasciva a la María durante el funeral. Ella se había turbado, había desviado la mirada como el perrillo asustado que teme el abuso del macho alfa de la manada. No necesitó más argumentos. Aquel abogaducho de tres al cuarto se iba a enterar de lo que vale un peine.

  Autoría: Argiñe Areitio.

3 comentarios:

  1. Emocionante e intrigante a más no poder. De verdad, le das una fuerza a los relatos envidiable.

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  2. Ha sido un placer seguir la trama que ha planteado Purificación, la que habéis ido construyendo entre todos. Puri, siento haberte quitado el placer de hacerte con el asesino... yo lo he disfrutado, la verdad.

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  3. Parece que aquí concluye el ciclo,... Saludos

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